Eran casi las 7:00 pm caminamos por las afueras del lugar. Me encantaba pasear a estas horas. El olor a hierba Y tierra mojada, me traía recuerdos felices. Hacía frío, pero era agradable estar afuera.
Mi mano con la suya, haciéndome sentir como hierro fundido entre sus dedos. Su piel era cálida, agradable.
Nos detuvimos por un instante, Lo miré y vi que observaba fijamente nuestras manos entrelazadas. Con una expresión extraña.
En mi mente la imagen de su rostro, sus ojos cafés, el contorno de su mandíbula, la curva de sus labios. Me detuve en ellos unos instantes. La simple presunción, besar sus labios, notar el sabor de su boca en la mía, El calor subió a mi rostro desde lo más profundo de mí ser, haciéndome sentir el fuego abrasándome por dentro.
— ¿En qué piensas? —Inquirí intentando sacarlo de su abstracción.
—Te basta con saber que nunca y cuando digo nunca es en el más amplio sentido de la palabra, nunca me ha interesado nadie del modo en que me interesas tú.
Me había girado hacia él para tenerme de frente, y ahora sujetaba con ambas manos mi cintura. Me di cuenta de lo que significaba la expresión «morir de felicidad». Sus ojos se veían, transparentes, no mentía, había tanta verdad en sus palabras fue un instante mágico. Que no me atreví ni siquiera a respirar por miedo a romper el momento.
Entonces, inclinó su frente contra la mía y acunó mis mejillas en sus manos, casi pude notar su aliento en mi cara, él me besó muy suavemente y dulcemente.
—Tenemos —dije—. Ya.
—Te quiero. Me atrajo hacia sí y me besó en la frente.
La gente dice que cuando llevas muchos años compartiendo tu vida con otra persona, que pueden comunicarse con una mirada, esa era clase de conexión que teníamos.