Tomo un taxi para la cafetería. Esta mañana me voy a encontrar con un viejo amigo con quién las largas pláticas, y los debates son imparables. Al parecer aún no llega, así que tomo asiento, y, mientras espero realizo el pedido. Deleito el aroma del café, servido en una pequeña taza artesanal decorado con imágenes huanuqueñas. De pronto siento su presencia a mis espaldas, me abraza y sin perder más el tiempo empieza a dialogar.
—Sabes —comienza—, medite sobre las creencias en Dios —adquiere fluidez—. Hasta ahora la ciencia no ha podido demostrar su existencia. Por tanto no se puede creer en algo sin evidencias. Venimos de una evolución propia o cósmica.
Mientras el prosigue su explicación me pierdo en mis pensamientos. Al Creador tal vez no se le pueda ver, pero si sentir. Lo más grande que podemos imaginar es precisamente la idea de un Salvador, y por lo tanto, coexiste.
—No puedo admitir eso —interrumpo—. La existencia de Cristo no se consigue demostrar —alzo la mirada—, porque es un acto de amor.
—El ser humano creó la figura de Dios por miedo a comprender el mundo —sigue sin importarle lo que le acabo de decir.
—Dios es el origen, el alfa, y el omega. El principio y el fin —exhalo con seguridad—. Respeto tu posición, pero creo firmemente en un Dios verdadero —guardo silencio por unos segundos—. En el camino de la adversidad mi fe me ha ayudado a vencer los obstáculos —continuo—, y gracias a esa fuerza espiritual soy la persona que observas junto a ti.
George al ver que no puede cambiar mis creencias ni con ayuda de la epistemología, esboza una sonrisa, y decide cambiar el tema.
No olvides al lector, conectar. Los diálogos tienen que sentirse naturales, propios del personaje.