Desde aquella última conversación solo trataba de asimilar sus mensajes, buscando entender por lo menos un poco su inadvertida decisión. No soporté más su indiferencia ni sus contradicciones. Con lágrimas en los ojos decidí llamarlo. En la otra línea escuché su voz, tomé aire y disimulé la rabia contenida. Le pedí vernos. Cedió. Colgué la llamada, y salí apresurada de mi cuarto. Llegué antes de lo previsto. Esperé en el parque cerca a la universidad. Luego de unos minutos sentí los pasos de alguien aproximarse. Volteé. Él evito mirarme a la cara. Lo invite a tomar asiendo, se negó, y así con voz fría me dijo ¿Qué deseas? Esa frialdad me destrozó aún más el alma. ¿Quién realmente era? Nunca me había tratado de tal forma. Aquella actitud me hizo dar cuenta que las cosas ya no podían seguir. Tomé valor, y pedí con voz desesperada que me dijera la verdad. ¿Por qué si estábamos bien decidiste terminar lo nuestro? O ¿Acaso hay otra persona? Levantó la cara, y solo atinó a decirme “Lo siento, te mereces a alguien mejor”. Enfurecida lo mire fijamente, sintiendo que la paciencia se me acababa. Levante la mano. Cerca de su rostro a punto de abofetearlo. Él me detuvo, cogiéndome con fuerza la muñeca. Le grité ¡Te odio! No le importó. Soltó mi mano, se dio media vuelta, y subió a su motocicleta. Corrí tras él, y puse mis manos en el timón con intención de detenerlo. Amenazó en arrancar su vehículo. Fruncí los ojos. No pensaba moverme, pues nuestra discusión aún no había terminado.
Bien la narración. No olvides corregir. EL gancho narrativo no se trata de cortar la escena sino de que la misma finalice pero deje algo pendiente, surja un nuevo interrogante… relee en el libro