Cruzó el umbral de la entrada a las 08:00 a.m. Se quitó los zapatos, dejó el abrigo y la bata colgados en el perchero. Sobre la mesita del recibidor depositó las llaves del auto y su bolso. Venía pensativa, cansada.
—Mi amor, buenos días, ¿cómo te fue en el trabajo? —la sorprendió su esposo—. Ven, ya está listo el desayuno —le extendió la mano y le regaló una sonrisa—. También llené la bañera con agua tibia y esencia de rosas —hizo una pausa—. ¿Estuvo muy pesada tu guardia?
—Amor, ¡muchas gracias!, buenos días —Miró hacia el suelo. Caminaron al desayunador—. La guardia… ya sabes, algún intoxicado, unos borrachitos, algunos otros esperando interconsultas… Afortunadamente no hubo defunciones.
—Cielo, estoy orgulloso de ti porque ayudas a mucha gente —la examinó—. ¿Te sientes bien mi niña?
—No… esperaba estar embarazada esta vez —Suspiró—, pero tengo migraña pre menstrual… lo lamento.
—Oh no, no lo lamentes, no es tu culpa. Somos una familia feliz mientras nos tengamos mutuamente. Te amo demasiado, no olvides eso—La rodeó con sus brazos.
Confortada por las palabras correspondió a su amado. Desayunaron juntos. Mientras Alejandro limpiaba la cocina, ella sumergió su cuerpo en la bañera e Inhaló profundamente el aroma de las rosas. Le costaba trabajo estar expuesta a la lámpara del baño, pues la migraña le producía fobia a su incandescencia. Su esposo se acercó por la parte posterior, se arrodilló y comenzó a lavarle el cabello con suavidad, entre mezclando sus dedos, acariciando su cráneo, haciendo movimientos circulares hasta su cuello. Le lavó el resto del cuerpo y cuando llegó a su rostro la encontró con las mejillas encendidas, los labios temblorosos y las cejas fruncidas. Con el dorso de las manos le limpió las lágrimas.
—“Ay niña ven —Entonó a Fonseca—, voy a cuidarte el corazón, por eso ven, que aquí te tengo esta canción. Ven —le ayudó a ponerse de pie—, tú eres mi vida, que yo la tuya cuidaré toda la mía”.
Envuelta en una toalla la condujo al dormitorio, le ayudó a ponerse ropa cómoda, la recostó y le aplicó calor en el vientre a través de una bolsa térmica, la cubrió con el edredón. Antes de ir al trabajo, le dio un beso en la mejilla y le mostró emocionado su última adquisición, dentro de tres meses, al llegar la primavera volarían a Amsterdam para una segunda luna de miel.
La alarma sonó a las dos de la tarde. Cocinó pollo empanizado, pasta y puré de papas. Con paso lento e inseguro trató de poner la mesa. Todo le dio vueltas, le sobrevino sofoco, sudaba frío, sintió el corazón acelerado, perdió la visión y cayó al suelo. Su cuerpo se movía involuntariamente en violentas flexiones y extensiones de sus miembros. Finalmente perdió la consciencia. Una hora más tarde su esposo se horrorizó ante la escena. Al borde del colapso, corroboró respiración y pulso. Llamó a emergencias.
Tras varios estudios de sangre y una resonancia magnética, un compañero la observaba con semblante fúnebre y los hombros caídos.
—Doctora, lo lamento. Es un glioblastoma grado IV, en el lóbulo occipital… extraerlo será difícil y su vida estará en peligro —su colega bajó la mirada y la dejó sola para que asimilara.
Estaba en shock, sabía perfectamente que el diagnóstico significaba “una muerte segura”. Una masa comprimía su cerebro, en cualquier momento aplastaría el mando respiratorio y todo acabaría. ¡Solo tenía treinta y tres años! Quería gritar, llorar, arrancarse el cabello, quitarse la cabeza. Le reclamó a Dios la injusticia. La invadió la codicia, ¡necesitaba vivir más! Comenzaba a sollozar cuando escuchó que se abría la puerta, dejando entrever a su amor, su ángel guardián. Quiso mostrar su abatimiento ante él, pero decidió solemne, mantener la calma. Él se acercó angustiado, sus manos se sacudían nerviosas, se le habían marcado las ojeras y estaba despeinado.
—Cielo, ¿qué tienes? —se le ahogó la voz.
—Amor —acarició el rostro de su esposo—, ¿recuerdas los dolores de cabeza, vómitos y mareos? No eran por estrés ni por desvelos… tengo un tumor cerebral.
—¡No amor! —su respiración se volvió pesada, movió la cabeza en sentido de negación—, tú no mi vida, no quiero perderte —se quebró su valentía, su esperanza se desvanecía.
—Amor, escúchame —se tragó el nudo en su garganta, su voz se volvió autoritaria—. Los doctores tienen que extirparlo —tomó la cabeza del hombre contra su pecho y su tono se volvió maternal—, te prometo que todo va a estar bien.
Durante las siguiente cuarenta y ocho horas Alejandro se mantuvo junto la cama, incansable, guerrero. Minutos antes de ser entregada a quirófano, tomó la mano de su mujer, la besó como cuando eran novios, le dijo cuánto la amaba y le suplicó que volviera de la anestesia con bien. Esperó doce horas de pie lastimándose los nudillos. Finalmente apareció el cirujano con actitud derrotada, lo comprendió. Se derrumbó, le dolía el pecho y los pulmones, sintió que se le iba el aliento. Con llanto incontrolable, comenzó a golpear la pared. Una enfermera le entregó una hoja doblada con letras de su amada: “Para mi abogado”. Lo arrebató con prisa como si de eso dependieran sus latidos, leyó.
“Amor, si recibes esta carta, por favor respira profundo y trata de leer. Cielo, no tienes que demandar a nadie… no fue una negligencia, el pronóstico ya era sombrío desde antes de la cirugía… Ayer te contemplé mientras dormías, tuviste un momento de paz en medio de esta pesadilla y al ver tu parsimonia encontré mi curación. Una nota no es suficiente, pero te dejo en ella mi corazón. Hace dos días estaba enojada con Dios, pero en este momento estoy agradecida con Él porque ¡tú fuiste el amor de mi vida! Señor abogado, esta petición es un nuevo contrato: no temas continuar, refuerza tu Fe, no tengas remordimientos hacia mí, mi cuerpo no estará, pero nuestra historia seguirá vigente dentro de ti. Sonríe más, llora menos en mi ausencia. Disfruta, conoce el mundo, ¡toma muchas fotografías! En los días frescos abrígate, cuídate de los resfriados. Encuéntrame en mis manuscritos, en nuestras canciones y en nuestros retratos. Por las noches búscame en el cielo, regálame desde tu sitio un poema o un bello recuerdo. Algunas veces vendré a visitarte en tus sueños, te lo prometo. Perdóname amor si no me despido, es que tengo la seguridad de que nos encontraremos de nuevo. Mi querido príncipe… gracias por haberme hecho feliz y por haber vuelto perfectas las imperfecciones del camino.
Con amor, tu chica de la luna, que te espera hasta el fin de los tiempos”.
Katia Mava
Bello 😘
Muy bonito relato, Katia.
Muy bien. Ahora a trabajar la forma. No olvides nunca al lector, llevarlo de la mano, atraparlo, traerlo a la escena…
Gracias 🙂