Llego a casa de mis padres, y no esta él, me recuesto sobre la cama pensando, asimilando, entendiendo, y un par de lágrimas más caen, duele aceptarlo, pero duele más imaginar su dolor. Antes de saberlo, todo era tan colorido, tan pleno, tan feliz, que no sé, no sé cómo evitar que sientan lo que ahora siento yo, ¡Dime como Señor!
—Ayudame a encontrar la mejor forma de decirlo, sin causar sufrimiento, soy tan tosco que tengo temor de dañarlos con oraciones bruscas. Señor te ruego ¡dame luz!, necesito claridad en mis palabras, tranquilidad en mi alma y te necesito a ti para fortalecerme, pero más te necesito para fortalecer a los que amo, para que los acobijes cuando sea momento de partir y de decirles adiós.
Y recuerdo como lo conocí en Badoo, entre millones de perfiles se fijo en mí, no lo creía, aquel chico guapo de ojos color jade se interesaba en mi. En messenger tuvimos muchas conversaciones e intercambiabamos fotos de instancias en nuestras vidas. En videollamadas me conquistaba con su sonrisa alegre, con su mirada coqueta y con su acento tan particular. En mensajes de texto me entregaba su amor con frases románticas y en llamadas al celular con su ternura al hablar me enamoraba.
No olvido la primera vez que lo miré frente a frente, bajaba de un autobus con su mochila y una maleta, los ojos se me llenaron de vida, al abrazarlo me sentí tan cómodo, tan feliz, tan afortunado que supe que no quería que se terminara.
Despedirnos en la central de autobuses era complicado, él siempre fue más sensible, miraba sus ojitos cristalinos llenos de lágrimas, suspirando porque le haría falta, porque no estaríamos juntos varios meses, porque me extrañaría. Era díficil estar abrazados y sentir su vulnerabilidad, era muy doloroso verlo partir, pero más me dolía verlo sufrir.
Y entre tantos pensamientos escucho a mi madre decir que Adán acaba de llegar y que la comida esta lista. Me levanto de la cama pensando en que mi vida llena de color pronto terminará y que las personas que más amo caerán de dolor, pero merecen saberlo. Nos sentamos para comer, sigo pensando, terminamos los alimentos, aún no sé que decirles, notan mi mirada perdida, preguntan que me sucede y con las manos sudadas y palabras entre cortadas decido hacerlo.
—Ma, Pa y Adán, sé que me notan raro, pero raro siempre he sido —sonrieron—, disfruto estar con ustedes y verlos tal como ahora, sonriendo, me siento tan afortunado por tenerlos y no puedo estar más agradecido por lo pleno que soy al sentirme, tan querido, tan especial, tan lleno por ustedes —me detengo para tomar aire y mirar a cada uno de ellos—, en ocasiones no se puede tener todo en la vida y ahora que lo tengo desearía que dure para siempre, pero por algún motivo no siempre se puede.
—¿Te sucede algo mi niño? —pregunta mamá intrigada, esperan atentos una respuesta.
—No exactamente algo, más bien me sucede todo —les sonrío—, soy tan feliz en este momento que si la vida decidiera llevarme no podría pedir más porque los tengo a ustedes conmigo —me miran desconcertados.
—¡Pero no digas esas cosas hijo, eso no va a suceder! —alzando un poco la voz dice mi papá.
—Pero, si así fuera —agacho la mirada, pongo las manos sobre la mesa y los miro de nuevo—, sería feliz porque los amo y me aman, porque no podría pedir más que solo una cosa, que siguieran siendo felices aún si no estoy para ser parte de esa felicidad.
—Moy, ¿por qué dices esas cosas?, eres parte de nuestra felicidad, ¡de mi felicidad!, no digas esas barbaridades —reclama mi ojitos de jade con los ojos brillosos.
—Quisiera no decirlas, desearia que no fueran ciertas —mamá agacha la cabeza y toma mi mano sobre la mesa—, que no daría por evitar este momento y ahorrarles lo que sentí hace unos días —papá me toma la otra mano, y unas lagrimas caen por las mejillas de mamá—, no quiero verlos sufriendo, ni llorando por cosas que ni yo entiendo, ¡por favor no me pregunten que es lo que tengo!, ni los doctores lo saben, lo que sé es que los amo y que quiero pasar mis últimos días con ustedes —Adán se levanta, mamá llora y llora sin detenerse, papá aprieta mi mano fuerte, también llora y entre suspiros me dicen que me aman.
—Moy, no quiero que te vayas, ¡no me dejes por favor! —llorando dice mi ojitos de jade.
—No lo hagas más dificil por favor, quisiera quedarme con ustedes —me levanto y me pongo frente a él—, los amo con todas mis fuerzas, te amo a ti, no quiero verlos sufriendo, pero no hay nada que podamos hacer —me abraza, mis padres también lo hacen, lloran—, solo me queda sentir su amor, sus abrazos y pasar este tiempo que me queda con ustedes, —sonrío y lloro— ¡gracias por todo, los amo!
Moises Benav.
Cuando trabajes en tu cuento recuerda armar tu trama, buscar tu apogeo… eso ayudará a atrapar al lector.
Gracias Romi.