Emmanuel:
–¿Cómo aceptar la muerte, cuando la vida pintaba apenas sus óleos? –se preguntaba Emmanuel, con voz apagada, mientras contemplaba su reflejo en un espejo y sentía un aleteo en el pecho.
Fue a su sofá y tomó asiento. La voz del médico diciéndole que tenía los días contados amén de su problema de arritmia cardiaca retumbaba en su cabeza. Sacó el teléfono de su bolsillo. Ingresó a la galería; miró fotos donde aparecía con Vanessa, su novia; los recuerdos y la impotencia de saber que pronto se separaría de ella, hicieron que sus párpados se llenaran de lágrimas. El silencio de la estancia taladraba su ser. Así que, movido por la tristeza, salió del departamento con pasos temblorosos.
Bajó las escaleras lentamente y fue a la calle. El viento helado chocaba con sus mejillas. Las luces de los semáforos y los pitazos de los autos le provocaban ansiedad, ansiedad de querer correr, gritar, patalear, pero también de besar y hacerle el amor a su mujer. Respiró hondo.
–¿Cómo decirle adiós sin que duela tanto?
Tuvo una idea. Abordó un taxi, giró la manivela de la portezuela. Tuvo ganas de vomitar. Inhaló en un par de ocasiones.
–Al Monte Xicuco, por favor –le indicó al chófer.
Durante el trayecto, Emmanuel reconoció la canción que escuchaba el taxista, era Qué pasará mañana de José Luis Perales; la letra aumentó su melancolía. Solo anhelaba llegar a su destino para poder desahogarse.
Hallándose ahí, se hincó para rasguñar el suelo húmedo. Llamó a Vanessa. Le dio su ubicación. Ella dijo que iría cuanto antes. Le faltó el aliento. El canto sereno de los grillos, el firmamento despejado y lleno de estrellas, contrastaban con la tormenta que sentía dentro.
Vanessa:
–Ho… Hola –saludó con franca extrañez–. ¿Por qué me citaste aquí?
–Siempre me gustó este mirador. Es como si fuera la cima del mundo. Como si desde aquí pudiéramos tocar el cielo.
Él se puso de pie. La tomó de la mano. Tiritaba. Le pidió que admiraran la vista: miles de luces doradas parpadeaban a lo lejos. Una brisa fresca jugueteó con su cabello.
–Si muriera mañana, ¿qué me dirías? –inquirió Emmanuel.
–Nada. Aprovecharía contigo cada segundo que te quede. Las opciones son infinitas –se encogió de hombros–. ¿Por qué? ¿Te vas a morir? –no hubo palabras–. Siempre he tenido un lema: “Inmersos en el debate de si solo se vive una vez o se muere varias, elijo disfrutar el momento”. Y sí. Si fallecieras, sufriría amargamente un tiempo… Porque te amo –lo miró y estrujó–. Pero, supongo que, si supiera qué día voy a desparecer de este mundo, gozaría de los momentos que me quedan. ¿No?
Emmanuel hundió la cabeza en su pecho, sudaba. Se abrazaron. Los minutos volaron. Volvieron a su departamento. Entre charlas y besos suaves, fusionaron cuerpos y almas por última vez.
Bien. Cuidado, el guión de diálogo implica que es palabra hablada, que sale de su boca.. si es algo que está pensando en su interior, no es diálogo. No olvides que el lector no sabe ni siente lo que no le permites saber…