Tengo la mirada fija en la carpeta, apretando con las uñas los papeles y el cartón que los protege, me falta la respiración, las paredes angostas de pasillo se vuelven pesadas, abrumadoras, siento que amenazan con aplastarme.
–¿Asher? –su voz, discreta, cuidadosa, me saca del trance.
Dirijo mis ojos hacía el, la vista se me nubla un poco y vuelvo a fijarla en el suelo con agresividad, la superficie es tan pulcra que me regresa la mirada de un rostro a punto de soltarse en llanto.
Extiendo la mano con la carpeta y dejo que la tome, no puedo mirarlo, no puedo pensar. Pasan unos minutos, en los que escucho el crujido tenue del papel mientras mi amado revisa la sentencia. Sus brazos me rodean, se mantiene firme, pero no dice nada.
¿En qué momento se me vino el mundo abajo? ¿cómo llegué aquí, a esta clínica, frente a un hombre con bata blanca y expresión despreocupada, diciéndome que solo me quedaban seis meses de vida?
Todo era tan perfecto, él y yo viviendo en nuestro pequeño apartamento en los límites de la ciudad. Había poco espacio para nuestras computadoras y mesas de dibujo, pero no faltaba lugar para nuestro amor. Colgamos cientos de pinturas, pequeñas y grandes, por todas las paredes, era un angosto, sí, pero era nuestro pedacito del mundo.
Me cuesta creer que a penas hace una semana dibujábamos sobre el mismo papel, tratando de crear un boceto coherente entre ambos, peleando por espacio entre carcajadas y abrazos.
Me siento al borde de la cama, encima de las sábanas suaves que se sienten como una caricia bajo mis manos, han pasado dos horas y sigo cabizbaja, los ojos pegados al piso con fuerza magnética. De pronto su presencia cálida está a un lado de mí, me abraza una vez más, y por primera vez en ese día, me suelto a llorar. Sollozo, grito y derramos lágrima tras lágrima, dejando que mis ojos se conviertan en un par de cascadas. Él se mantiene firme, tratando de apaciguar mi dolor acariciando mi cabeza con suavidad.
Pasan los minutos y me quedo sin agua para sacar por los ojos, tengo la garganta reseca, me siento exhausta, en cuerpo y alma. En silencio, me recargo en su hombro y lo abrazo con fuerza, como si temiera que se desvaneciera en el aire.
–Podemos hacer algo en ese tiempo –Su voz disipa un poco de la tensión de la atmósfera.
–¿Como qué? –pregunto con un hilo rasposo de voz, las palabras salen como un susurro contra el silencio abrumador.
Él hace una pausa, cierro los ojos y él acomoda mi cabeza en su pecho, sosteniéndome como si me protegiera.
–Lo que tú quieras.
¿Qué quiero hacer en mis últimos meses de vida? No me he puesto a pensarlo. Dejo que mi mente divague un poco, pero no llega a mí ninguna respuesta.
Él espera, no sé cuánto, ya he perdido la noción del tiempo.
–¿Qué quieres hacer hoy? Creo que es más fácil.
Levanto la cabeza y abro los ojos poco a poco, observo mi alrededor. Detengo la vista en el escritorio, donde están la computadora y la tableta, junto con algunos libros y papeles apilados por un lado. Miro al reloj, recargado en la pared, vigilante, con su péndulo danzando. Descubro que todavía es horario de trabajo. Y entonces, lo entiendo.
Sin palabras, me levanto y me dirijo a donde están mis cosas, me dejo caer en la silla y presiono el botón de encendido.
–¿A… Asher?
Me vuelvo hacia mi amado mientras la pantalla despierta y baña mi rostro con luz pálida.
–Ya sé qué quiero hacer –Tengo la mirada fija en él, en su expresión desconcertada–. Quiero hacer lo mismo, lo mismo que hacemos todos los días, como si esto nunca hubiera pasado.
–Ah… ¿sí? –Su respuesta no es ningún reproche o regaño, sino una muestra sincera de confusión.
Bajo la cabeza un poco, pensativa.
–Finalmente lo entendí –Doy una ojeada rápida al espacio, al lugar mágico que tanto amaba–, no importa que me queden seis meses de vida, o un año, o cincuenta años. ¿De qué sirve hacer algo si no es lo que más te hace feliz? Esto –Abro los brazos, señalando las paredes que nos rodeaban–, esto es lo que me hace feliz. El trabajo, tú. No quiero cambiarlo, ni hoy, ni nunca. Quiero seguir así, hasta que se me acabe el tiempo.
Se le ilumina un poco la expresión, todavía alcanzo a leer el rastro de su tristeza, pero se dirige a su escritorio propio, e imitándome, se sienta.
–¿A las nueve vemos una película? –pregunta, con mirada confidente.
Sonrío por primera vez en todo ese día.
Asher Cypress
Muy bien la idea. Falta ahora trabajar forma, sobre todo PULCRITUD, acentos, palabras incompletas, repeticiones…