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Reto 20 – Cercana muerte

Era la noche más tranquila y placentera que había presenciado durante la semana. Corría un viento fresco y ensoñador, y allí arriba, en el cielo, salpicaban infinidad de estrellas. Era el momento perfecto para dormir con música de mi género favorito: “Salsa”.

Subí a mi habitación, tomé la nueva laptop que mi hermano mayor me había obsequiado hacía poco. Con mucho cuidado bajé las escaleras y coloqué el aparato sobre la mesa. Admiré con ternura el ordenador, acaricié su brillante color plateado, y me deleité de su olor a nuevo. Resoplé embelesado ¡qué belleza! Me dije. Después de todo, había valido la pena elegir entre una moto y esta. Y aunque ambas eran imprescindibles, me resultaba más sensato una computadora portátil, porque podía cargar mis trabajos de la universidad, músicas y películas.

Comencé a tararear una canción. Y como era de costumbre, agarré el celular para enviarle mensajes a mi novia, y recordarle lo mucho que la quería, y que le dedicaba las siguientes letras: si me dieran a elegir una vez más, te elegiría sin pensarlo, es que no hay nada que pensar…

Suspiré el aroma del amor que esparcía las letras de esa hermosa canción. Sonreía tanto que mi pecho empezó a inflarse hasta el punto de sentir que el corazón se me salía desde adentro. Una leve punzada me detuvo. Me toqué el pecho. De pronto, sobrevino una fatiga, seguido de una ligera opresión que me debilitó al instante, dejando caer al suelo mi celular. No escuché el resto. Cerré los ojos y me dormí, o eso creí.

Más tarde abrí los ojos, veía nublando, busqué mi celular sobre la cama. No era mi cama. Parpadeé varias veces hasta que mi visión se aclaró. Era de día. Observé mi cuerpo entero, mi entorno, paredes blancas, láminas médicas, y una enfermera que ya se retiraba. Entonces, lo supe, me había vuelto a desmayar.

Me encontraba en una clínica o en algún hospital. Mi salud, pensé que había mejorado un poco después de la primera operación de hace seis meses. Pero al parecer, mi situación había empeorado enormemente. Alguien entró por la puerta, era mi madre y un médico de joven con anteojos cuadrados.

¾ Buenos días hijo ¿Cómo te sientes? ¾habló mamá, aliviada, pero en sus ojos se le notaba el desvelo. Anoche te desmayaste.

­­¾Así es. Y llegaste justo a tiempo gracias a la rápida reacción de tus padres ¾interrumpió el médico­­¾. Tu madre me contó que te hicieron una primera operación con respecto a tu corazón, allá en la capital, para que extrajeran las arterias que oprimen a tu corazón. Lo hicieron bien, pero…¾se detuvo para tomar aire y continuó¾. Las arterias volvieron a manifestarse.

Tragué saliva y asentí lo que ya sabía que pasaría.

¾Sentiste una ligera opresión en tu pecho ayer por la noche, ¿no es así?

¾ Si. Pero no le di importancia.

¾ Deberías. Te estaba dando un paro cardiaco.

Tuve el extraño presentimiento de que no era toda la noticia que deberían darme. Me volví hacia mi madre, tenía la mirada perdida, no dejaba de tronarse los dedos. Y unas lágrimas cayeron sobre sus piernas.

¾Eres fuerte jovencito. Con una segunda operación podemos quitar esas arterias. Pero, como ya lo sabemos, es riesgosa.

Sí, claro. Y no soy el único que espera uno. Vamos, doctor, solo dígame de una vez por todas que no tengo esperanzas de seguir viviendo. Voy a morir.

¾Las arterias seguirán avanzando hasta oprimir completamente tu corazón y deje de bombear sangre. No podemos calcular el tiempo exacto para que eso pase, puede darte otro ataque cardiaco en cualquier momento. Y para eso te recomiendo reposo total, al menos unos tres meses. Y un chequeo continuo.

¾Pero, ¿aun puedo asistir a la universidad?

¾No puedo prohibírtelo, pero es conveniente que estés al cuidado de tu familia.

¾Comprendo doctor. Gracias.

A la mañana siguiente me preparé para ir a la universidad, le dije a mi novia que teníamos que hablar urgente, me preguntó el motivo, no se la di. Solo hasta que la viera frente a frente.

Eran las nueve la mañana, estaba nervioso, las manos me sudaban, caminé de un lado a otro dentro del aula en el tercer piso. Me aproximé hacia la ventana. La abrí. La ciudad universitaria casi no había cambiado nada; la plaza había tenido pocas mejoras, arbustos recién cortados y pintura. Los estudiantes eran cada vez más, y las aulas insuficientes, no cabían sesenta alumnos en un aforo de treinta. Así de injustos eran nuestras autoridades. Era un nuevo año académico, y como en todas se anunciaban en los pizarrones “la fiesta de recepción de los nuevos ingresantes”. Habría orquesta en vivo, y pasarelas de miss y míster cachimbo. Una gran fiesta inolvidable.

La aparición de mi novia me despertó de mis cavilaciones. Me acerqué a ella  y besé sus labios con fuerza.

—Uf, ¡guau! ¿Para eso me llamaste?

¾Por supuesto que no. Pero era necesario hacerlo.  

¾Ayer no me contestaste las llamadas, ¿Estabas con alguien? Dime.

¾Estuve en el hospital. Tengo que contarte algo, Brenda.

¾ ¿Qué te pasó, dime? Habla, ¿Qué tienes?

¾Tuve un paro cardiaco ¾solté la noticia, Brenda se llevó las manos a la boca dando un grito ahogado¾. Mi amor, perdona que no te lo haya dicho antes, pero hace seis meses me operaron del corazón, casi muero. El doctor dijo que mi vida podría acabarse en cualquier instante.
Quería que lo supieras, y también he venido a terminar con nuestra relación. No quiero que te sientas obligada a quedarte conmigo porque cargo con esta enfermedad. Te amo. Por eso quiero dejarte ir. Es todo.

Y aunque en verdad la quería, no podía seguir quedándome cerca de ella o me arrepentiría de mi decisión. Mi ex novia se había quedado estática en la pared, atónita, con los ojos clavados en el suelo. Me separé de ella y me fui dejándola sola en ese viejo salón que nadie ocupaba. ¿Qué otra cosa me quedaba por hacer? Nada, solo esperar mi cercana muerte.

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romina
3 años desde

Bien la historia. Recuerda al lector. Falta trabajar forma. ¿qué es 3/4?