Desde niña recuerdo a mi madre sentada en un viejo sillón azul con flores amarillas, los ojos cerrados, cabeza baja y en sus manos un rosario, rezaba de memoria. Era una imagen que se repetía todas las tardes.
—Laura venga ya es hora —rezábamos justo a las tres.
Así crecí, en medio de una educación católica, de hora santa los jueves y misa los domingos, asambleas cada martes en casa de algún vecino y alguna novena ofrecida a un santo en caso de una necesidad especial.
Recuerdo la estampita del sagrado corazón de Jesús iluminada por velas en tiempos de exámenes y cirugías.
De mi padre no recuerdo una sola vez que haya nombrado a Dios.
Con el paso de los años empecé a alejarme mucho de esas tradiciones, puse en duda muchas de las enseñanzas de mi madre, queda muy poco de aquella niña religiosa, creo en Dios, pero he buscado una relación diferente, lejos de estampas, santos, rosarios y novenas.
He aprendido que es un Dios celoso, por eso ya no rezo a ningún santo ni a la virgen.
Si vuelvo la vista hacia mis días más oscuros, puedo verme ahí, tirada en el piso, en posición fetal, los ojos hinchados, cansada, desgastada, diez kilos menos y muchas noches sin dormir, la mujer que solía ser era solo un recuerdo.
El dolor era tan grande que quería morir, porque si lo hacía ya no tenía que sentir.
En ese momento de desesperación clame a Dios con las pocas fuerzas que me quedaban:
—Dios, te necesito, no puedo sola, mi alma está quebrada, mi corazón roto, ayúdame, mis pies están cansados, no soporto este dolor, este vacío, lléname señor, muéstrame tu compasión, necesito tu abrazo, no sé qué hacer, dame sabiduría para tomar las decisiones correctas, no puedo más. —las lágrimas ya formaban un charco en el piso—. Dios Padre ayúdame por favor.
Él en respuesta, me regalo una gran paz, pude sentir su abrazo reconfortante, sus susurros en mi oído, empecé a sentirme liberada, en medio de tanto dolor sentí como renovó mis fuerzas para que continuara mi lucha. Fue un momento muy reconfortante.
Para mí es un padre con unos brazos gigantes llenos de amor y misericordia, me sostuvo la mano en mis dificultades, me levantó cuando caí con la infidelidad de mi esposo, me acompaño todas las noches que dormí en el hospital, durante los tratamientos por el cáncer de mis padres.
Le agradezco cada mañana cuando me despierta, pongo mi día en sus manos, porque no hay un mejor lugar, le pido que abra las puertas correctas y que cierre, las que no van a ser de bendición para mí.
Estoy convencida de que, si quiero tener éxito en un proyecto, tengo que dejarle a Dios el control, porque solo Él sabe cuáles son los mejores planes para mí, y aunque muchas veces no entendí porque las cosas no pasaron como yo quería, le pido que me ayude a ser obediente y a aceptar su voluntad.
Y lo mejor de todo es que Dios creó el chocolate.
Lee el PG. Céntrate en un momento, recréalo. Usa las 4 cámaras aprendidas.
Saludos Lao :*