–Eduardo, hola… ¿Te enteraste? Jesús ha muerto…
La llamada me dejó sin habla. Dejé caer el bolígrafo e interrumpí las labores de rutina en la oficina.
–¡¿Qué…?! ¿Muerto…? ¿Cómo…, cuándo…? ¿Estás seguro de lo que me cuentas?
–Por completo, fue ayer por la madrugada… Una descompensación súbita producto de un problema estomacal. Apenas y logro asimilarlo, amigo. Lo velarán hoy por la noche.
Tragué saliva, me costaba creer que era verdad.
–Gracias, Javier… Te veré más tarde.
Culminé labores y subí al auto en cuanto pude tras el horario de salida. Crucé las calles y jirones acelerando hasta el máximo límite permitido en zona urbana. Conocía el salón donde velarían a Jesús, pero nunca pensé que tendría un amigo allí tan pronto. Hacía apenas un par de días que había seguido su actividad por internet sin sospechar siquiera lo que estaba a punto de ocurrir. Era consciente de la fragilidad humana, pero la muerte de un familiar o amigo cercano resultaba siempre un recordatorio crudo.
Llegué al lugar y entré a pasos cortos.
El aire se sentía pesado e inmóvil. Algunos susurros y sollozos opacos interrumpían la quietud del ambiente. Era un salón amplio con luz amarilla tenue y un piso de madera que sonaba apaciblemente tras cada paso. El féretro se encontraba en el centro, rodeado por un enorme círculo de sillas donde se ubicaban amigos y conocidos. Algunos estaban de pie y otro pequeño grupo había permanecido en el exterior. Caminé despacio, respirando lentamente, acercando poco a poco mi mirada nerviosa hacia el centro de la lámina que cubría el ataúd. Lo vi, era él.
Acaricié el vidrio que hacía de barrera entre el rostro durmiente de Jesús y todos nosotros. No lo volvería a tener cerca ni reiríamos juntos otra vez. Atrás habían quedado los viajes compartidos, las reuniones y bromas, las salidas que dejamos “para después” sin pensar que terminarían siendo para siempre. Me giré hacia el crucifijo a la cabecera del féretro con los párpados húmedos y un nudo en la garganta… Dios mío, ¿por qué? ¿Cómo es que un joven de poco más de veinte años murió de una manera tan súbita? ¿Dónde quedaron sus planes, sus amigos, el dolor de su familia? ¿No lo pudiste sanar de su enfermedad? ¿Acaso no quisiste…? Apreté los labios y agaché la vista en cuanto comprendí la magnitud de mis cuestionamientos. Sabía que la vida era el valor supremo y solo podía ser administrada por un Poder Superior en el ejercicio de Su plena autoridad. Los planes truncos que mi amigo dejó de seguro se alineaban a los planes supremos de un Dios a cuya infinita inteligencia yo no era digno de cuestionar.
Cerré los ojos y acaricié la suave madera del cajón. Este no podía ser el fin de la existencia humana, mi compañero no podía quedar confinado para siempre en un compartimento inerte. Mi mente aceptaba a Dios como la plenitud mucho más allá de una realidad tangible, superior a un sentimentalismo puro y simples afectos vacíos. Mis conocimientos de ciencias me habían mostrado realidades que exigían de dimensiones superiores, una perfección categórica a la que solo podíamos aproximarnos por teorías o hipótesis. No, nuestro plano actual no podía ser el único… Mi amigo merecía trascender a un lugar donde se equilibraran sus penas y sufrimientos, los de él y toda su familia; una verdad única, un lugar libre y perfecto que superara todo lo que la pura razón era capaz de concebir…
–Eduardo, la oración está por iniciar.
Era una voz solemne con una mano que me tocaba el hombro. Javier se había acercado sin que yo lo notara, sus ojos estaban enrojecidos.
–Está bien. Solo…, déjenme despedirme de él una última vez…
Giré y volví a tocar la fría lámina de vidrio. El rostro de Jesús reposaba quieto, sereno… Podía decir que al fin estaba descansando. Bajé los brazos y me concentré en respirar, trataba de guardar esa misma serenidad.
–Nos volveremos a ver, compañero…
Sabía que era cuestión de tiempo antes de que nos encontráramos nuevamente.
Eduardo Burgos Ruidías.
Muy lindo texto!! Me hiciste comprender que los seres queridos que se nos adelantan están en un mejor lugar y que no hay que cuestionar los planes que Dios nos tiene preparados. No sabes cómo llore porque estoy pasando por algo así.
Muy buen trabajo.