En una de las actividades del día, los coordinadores del grupo juvenil, les pidieron pasar a un salón tomados de las manos y que formar un círculo.
Dentro, parecía de noche. Las ventanas estaban cubiertas de telas negras y cobijas que impedían el paso de la luz. En medio del salón, había un objeto que no pudieron distinguir. Esa incertidumbre, les erizó los vellos de brazos y nuca. Las voces de los jóvenes llenaron los espacios. Era frustrante no tener idea de lo que estaba sucediendo.
Un golpe sordo los silencio. Al frente, apareció una luz, enfocando un rostro cubierto por una capa también negra. El grito que provino de su boca era grave y sonaba molesto, furioso.
—¡Mientras ustedes jugaban, bromeaban y reían, hubo un accidente. Es increíble cómo su egoísmo y su mente ocupada en banalidades como la última vez que se emborrachar, con quién se acostaron o dónde pueden conseguir la mejor droga, no los hizo darse cuenta de que falta uno de los participantes!
¿Cómo que faltaba alguien?
—¡Sigan creyendo que el alcohol y las drogas los hacen mejor que otros; mantengan ese pensamiento de que el sexo premarital los hace más maduros o que el éxito se mide en marcas de ropa, dinero o cualquier bien material! —aplaudió a manera de burla.
Por señal del expositor y en turnos, cada uno de los jóvenes se acercaron al centro. El objeto que habían visto a grandes rasgos, ahora adquiría forma: un ataúd.
Conforme pasaban, lágrimas amargas se escuchaban por doquier. Al llegar el turno de Viridiana, se asustó. Miró dentro. Era ella. ¡Era ella!
La impresión de ver su imagen deteriorada, sin brillo ni un poco de luz siquiera, la hizo retroceder hasta chocar con la pared.
—¡No puede ser, no puede ser! —repetía apretándose la cabeza con desesperación—. ¡No puedo ser yo!
Los coordinadores pidieron a los jóvenes que cerraran los ojos y se sentaran en el suelo. Dentro, además narices sorbiéndose al unísono, hubo cierto ajetreo. Se escuchaba a la perfección la entrada y salida de personas. Una vez que todo se encontró en disposición, se les indicó que siguieran con los ojos cerrados y se permitieran escuchar. El rasgueo de una guitarra y un conjunto de voces, ocuparon los espacios.
—Un día caminaba muy triste por ahí. Mi corazón gritaba: ya no quiero vivir. Sintiendo mi tristeza, oí hablar de ti Jesús. Decían que me amabas, que habías muerto por mí en la cruz. Lloré en aquel momento al recordar el tiempo, ese tiempo que perdí sin saber de ti… *
En ese momento, Viridiana encontró oportuno elevar una plegaria entre susurro a una plegaria a Dios.
—Padre mío, me has puesto en este día y en este momento como plan de tu infinita misericordia. Me he negado a escucharte de un tiempo para acá y he renegado de las respuestas que no fueron lo que yo quería. Ahora sé que me estabas preparando, fortaleciendo mi corazón, haciendo que tu mensaje llegara a mí través de mis amigos y compañeros —hizo una pausa para tomar aire, limpiando esas lágrimas señal del dolor que poco a poco saldría de su cuerpo—. Te pido alejes todo aquello que me aqueja, no sólo malestares físicos, sino de corajes, resentimientos, culpas y odios que he ido guardando por tanto tiempo, que ya no los distingo como ajenos. Aleja de mí la soberbia, la envidia. Transforma mi ira en paciencia. ¡Lléname de Ti y permite que sea ahora yo quien trasmita ese mensaje de amor a quienes más lo necesiten!
Una luz atravesaba sus párpados. Viridiana abrió los ojos, dirigiendo su mirada al centro. Ahí estaba una custodia dorada, cuyos brillos, reflejaban en las llamas de las veladoras que las rodeaban. Era el Santísimo expuesto.
Al mirarlo, una brisa despeinó sus cabellos, depositándose como un beso suave en sus mejillas y una mano surgía de la custodia. Era Esa mano por la que había clamado minutos atrás.
—¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida? Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor. Cuando te abandones en mí todo se resolverá con tranquilidad según mis designios. Cierra los ojos del alma y dime con calma: Jesús yo confío en ti…**
¡Dios le estaba hablando!
Dejó correr las lágrimas libremente y sonrió. Verdaderamente sonrió.
NOTAS:
*Canción de los Guerreros de luz.
**Oración de la Misericordia.
Céntrate en una escena. Ordena la idea. Tu primer párrafo se lee muy confuso. Y no olvides al lector, no puede saber lo que no le dices, por ello tu cierre queda algo raro. ¿Salió una mano de la custodia y luego hay una oración que no sabemos de que labios proviene?
Muchas veces, las personas que estamos faltos de Dios o de lo que representa su mensaje, nos sentimos verdaderamente atónitos cuando leemos o escuchamos las experiencias de sus más allegados donde tienen que aprender su palabra, casi siempre de las maneras más sórdidas posibles.
Yo veo a Dios como una entidad con quien me puedo identificar y en quien puedo confiar sin tener que pasar por todo ello pero quizás su palabra no ha llegado a mi precisamente por ello. Ojalá que para aquellos que ha llegado la palabra de Dios nos puedan hablar más sobre su palabra y no tanto del proceso para llegar a ella.
Buen escrito.