Durante todas las noches yo estaba acostumbrado a orar, pero poco a poco las cosas iban cambiando. Ya no me ponía de rodillas para platicar con Dios, y había veces en las que inclusive no oraba. Sabía que estaba pasando a través de situaciones complicadas en las cuáles mi fe llegaba a tambalearse, pero hacía todo lo posible para mantenerla firme. Con el paso del tiempo oraba cada vez menos, y de mi cara había desaparecido esa chispa de felicidad que tanto se notaba cuando charlaba con mi creador. Sabía que estaba perdiendo la fe, y entonces me avisaron que mi abuelo había tenido un problema de salud y estaba internado. Aquel punto de inflexión me hizo volver a hablar con Dios.
-Señor, padre, poderoso Dios, tú eres quien nos da ese aliento de vida que nos permite estar aquí hoy, y el poder conocerte es la mayor bendición que tenemos. Me pregunto, ¿Por qué me cuesta tanto acercarme a ti ahora? Eres quien me permite caminar, ver, sentir, comer, respirar, vivir y ser feliz, pero, ¿Por qué me he alejado? No lo entiendo. –Me arrodillé en el suelo para hablar con Dios, pues él lo merecía.
-Amado hijo, ustedes tienen libre albedrío, y no los puedo obligar a estar cerca de mí. Sin embargo, yo hago todo lo posible para que vean que aquí estoy, pues cada uno de ustedes es una obra maestra. Yo los planeé desde antes de que estuvieran en el vientre de su madre, y los hice a mi imagen y semejanza. Creé tus ojos, tus órganos, tu cuerpo y tu espíritu, y me he encargado de que ustedes puedan ser desglosados al punto de que cada pequeña parte de su cuerpo sea perfecta. Sin embargo, hay veces que la vida no lo es. Los hago pasar por tempestades y pruebas para probar la fe que hay dentro de ustedes. En los momentos complicados es cuando se aprecia de verdad quién es un verdadero cristiano.
-Tú me curaste de algo mortal e incurable, y estoy eternamente agradecido con eso contigo, pero, papá, ¿Qué debo hacer para que todo vuelva a ser como antes? Tú eras uno con el verbo, y el verbo eras tú. Hoy admito que me haces falta, y que te necesito, pues sin ti no vale la pena vivir. Eres nuestro creador, eres perfecto y nunca te equivocas ni te equivocarás.
En ese momento, tuve una visión en la que se apreciaba el cielo con las puertas abiertas, brillando más que nunca con un resplandor indescriptible. Comencé a llorar pidiendo perdón a Dios por haberme alejado, y le pedí que me ayudara a volver a encontrarlo, preguntándole el cómo.
-Así como estás haciendo es como me volverás a hallar, hijo mío. Lucha y nunca te rindas, eres capaz de eso y más. Cuando mires al cielo, recuerda que ahí estoy, cuidándote.
Así es nuestro Padre actúa de una manera que aveces a nosotros no nos gusta pero lo hace por qué es lo mejor para nosotros
Nos falta lectura de corrección. Lee el texto en voz alta, busca que cada oración realmente transmita lo que deseas.