Dejé el lápiz a un lado del ratón de la computadora. La muñeca me punzaba con un dolor que subía por mi brazo, arañando mis huesos con furia. Miré el reloj de la pantalla, eran las tres de la mañana.
Me levanté de mi asiento, y comencé a dar vueltas por la casa, tratando de mantenerme despierta, y de liberar el estrés que invadía mi pecho. Mis pasos hacían eco en el silencio de la madrugada. Me detuve por unos instantes frente a una imagen de Cristo Redentor, que mostraba su palma abierta con el estigma desde su lugar encima de la repisa.
–Dios, Señor, dime, ¿voy por el camino correcto?
Solo me respondió el silencio atronador, que pareció disipar su presencia abrumadora un poco después de que resonara mi voz. No tuve respuesta, porque Dios no daba respuestas de la misma manera que los hombres.
Miré al reloj una vez más, esta vez a uno que colgaba de la pared, con un péndulo oscilando rítmicamente, acompañado de un tenue tic tac.
–A veces me pregunto si esto es lo que planeabas para mí, a dedicarme todos mis días a dibujar, a crear historias, a dar vida a personajes.
Extendí mis manos cansadas frente a mí y las miré, un poco mas determinada.
–Pero, ¿cómo olvidar que tú me diste este don, señor? Me diste estas manos y esta mente para poder crear con ellas.
Dirigí la mirada una vez más a la imagen, sentí las nubes de mi mente disipándose, dejándome ver un rayo de sol que no sabía que estaba allí.
–Tú nos enviaste a este mundo para ser felices, Señor, y para que hagamos felices a los demás. Me has dado este don, y ahora yo debo cultivarlo y llevar tu voluntad a través de mis creaciones. Estoy segura, Señor, que esa es la forma máxima de servirte, a través de buscar lo extraordinario en nuestro día a día, en nuestra profesión. Y debo, Señor, trabajar mis dones para hacer de este mundo un lugar mejor, que esté lleno de tu luz y tu presencia. Te ofrezco mi cansancio, mi dolor, para que guíes mi creatividad a cumplir tu voluntad.
Me retiré de la imagen, sintiéndome mas serena, y regresé a terminar lo que estaba haciendo.
Asher Cypress
Recuerda al lector. Conexión y empatía.