Papachongo
—Gracias por venir, papá —le acerqué su capuchino—. Habíamos aplazado esta charla por mucho tiempo. Es muy difícil hablarte; desde pequeña lo intentaba, pero me dabas miedo.
—No entiendo por qué te daba miedo —sonríe de medio lado—. Siempre te dije que me hablaras como a un amigo.
—Eso decías, pero con tu actitud me alejabas —suelto rápidamente, luego de darle un trago a mi licuado de papaya—. Yo quería creerte, pero cuando me acercaba a ti, estabas con tu cara enojada; era difícil encontrarte de buen ánimo..
—Sé que hice muchas cosas mal, por eso me mantuve alejado —su voz sale con esfuerzo—. Supuse que estaban mejor así, sin tener contacto conmigo.
—¿Por qué me abandonaste, papi? —me acerco un poco y miro sus ojos color miel—. Te extrañé mucho. Soñé tantas veces contigo. Me veía bailando un hermoso vals y tú eras mi acompañante. Me sonreías con dulzura y tratabas como a una princesa. Pero cuando despertaba, no estabas allí.
—Nunca quise hacerte daño, era muy inmaduro —se excusa—. En ese tiempo estaba muy dolido con tu madre, y no medía mis actos ni pensaba en las consecuencias.
—Te llevaste todo de la casa, papá ¡Nos dejaste sin nada! —mis ojos se llenan de lágrimas—. Nunca entendí por qué hiciste eso.
—Yo me arrepiento hija —su voz sale como un susurro—. Una semana después quise regresarles todo lo que me había llevado, pero tu madre no lo quiso aceptar.
—La entiendo perfectamente —mi cara se endurece—. No te imaginas todo lo que pasamos.
—¿Podrías perdonarme, Chichichonga? No solo por dejarlos sin nada en casa, sino también por haberme ausentado todo este tiempo —toma mi mano con cautela—. Quisiera recuperar el tiempo perdido, ser tu padre y conocer a mis nietos.
—¡Por supuesto, papachongo! —coloco mi otra mano sobre la de él y le sonrío—. Lo hice hace muchos años y he soñado con este momento, desde entonces.
Recortamos el espacio que nos separa, por la mesa, y nos damos un largo abrazo, lleno de perdón y amor. Lo invito a ir a mi casa para que pueda ver a sus tres nietos, que lo conocen por las fotos y conversaciones que tenemos a menudo. Mi padre sonríe y ambos subimos al auto para empezar a trazar un nuevo camino en el que podamos recuperar y formar nuevas experiencias y, simplemente, estar el uno para el otro.
-Saranyi Drisselley-
Ese papá es un bendecido, contigo de hija.