Entro a la casa y veo a mi padre en el sofá revisando su celular.
―Hola ―No hay nadie más en la sala, al parecer salieron.
―¿Ya pensaste que vas a estudiar? ―no levanta la mirada―. ¿O en cómo vas a financiar la carrera? ―me ve como si me analizara y añade―, su madrina me dijo que la ve muy inmadura, que a esta edad ya debería saber que estudiar y que va a hacer ―toma aire―. Ella dijo que le había estado ayudando con la universidad a una sobrina, y usted ni siquiera se mosqueo con eso, me hubiera pedido plata para irse a comer un helado o algo con ella y aprovechaba para ver si le ofrecía pagarle la universidad, o apoyarla económicamente.
―No ―susurro ante el rafagaso de acusaciones―. ¿Mi madrina dijo que era inmadura?
El solo asiente y eso es suficiente para que me levante del sofá y camine a la cocina con desesperación.
―Es que es la verdad ―carraspea tras de mi―. Usted no se ha preocupado por sus estudios o que va a hacer el otro año que acabe el bachillerato.
―Yo, ya sé que voy a hacer ―Es la primera vez que pienso en decirle todo―. ¡Ya sé que quiero estudiar! ¡y lo he dicho muchas veces!
―Primero dijo que ingeniera, luego escritora y ahora no sé qué quiere ―me interrumpe―. ¿Qué es lo que quiere estudiar?
―Derecho ―lo veo a los ojos y sigo―. Quiero estudiar derecho, pero no quiero dejar de escribir ―se apoya contra la pared y me mira. Entonces sigo―: Quiero estudiar derecho desde que a mi abuelo le quitaron la casa y a la vez quiero escribir ―hablo más fuerte―, ¡porque es lo que me apasiona! No puedo ser lo uno sin lo otro, es lo que quiero ―aprovecho su silencio para continuar―. No hablo de eso desde el día que usted mismo me dijo que solo me iba a apoyar con una firma como codeudor para que yo ―enfatizo esa última palabra―, pidiera un préstamo para estudiar ―sigo, con respiración frenética―. Desde hace un año tengo mi futuro medianamente planeado ―unas lágrimas se aglomeran en mis parpados―, pero no lo digo, porque siento que no me van a apoyar ―levanto mi mirada para contener las lágrimas―. Trato de concentrarme en un día a la vez ―el dolor me da fluidez―. Perdón si no estuve estos días con mi madrina ¿sí?, solo estuvo dos días y yo tengo una responsabilidad, estoy haciendo campaña, quiero ser la personera del colegio. Usted ya debería saber lo importante que es eso para mí ―las lágrimas empiezan a brotar sin mi permiso―. Y mi madrina. Ella escasamente intento tratar conmigo en el tiempo que estuvo cerca. Y me dolió. Me dolió sentirme tan ignorada. Desde que la recibí en el aeropuerto la sentí tan distante. ¡Yo esperaba más! ¡Un abrazo¡, hace años no la veía. Por eso me aleje. Me concentre en mis cosas. Para llenar ese vacío.
―¡Ve! siempre llora cuando hablamos, por eso no se puede tener una conversación en esta casa
―Sistema emocional ―susurro cabizbaja―. Un grito desesperado. Familia disfuncional, una chica que no es capaz de hablar con su padre de temas importantes porque se quiebra en llanto ―una sonrisa se forma en mi rostro―. Odio sentirme tan identificada con ella, pero es la verdad. Usted me creo un complejo de inseguridad, que hasta hoy, el único lugar en el que no lo supero, es en mi propia casa ―me arranco las lágrimas y tomo mi rostro―. Cuando salgo por esa puerta me siento “yo”
―La ironía de la vida ―me ve como si le desagradara―. Unos lloran porque no tienen a sus padres y usted llora porque los tiene
―No lloro por eso ―lo dudo un momento, pero continuo―. Lloro porque solo aquí me tratan como si yo no entendiera nada. Porque solo aquí no puedo expresarme como quisiera. Por eso soy representante de mi curso, por eso quiero ser personera, porque en ese colegio si puedo desenvolverme, dar a conocer mis ideas ―siento como duele mi pecho―. Porque lo admiro ―La presión desaparece y me lleno de tristeza―. Papá yo lo admiro, admiro su liderazgo y su forma de hablar. Cuantas veces que hablo en el salón y todos me decían que ya entendían de donde saque tanta “parla” y quiero ser como usted ―no veo nada por las lágrimas―. Y luego llegan estos —el dolor vuelve a hablar―, momentos de no saber que quiero, porque el hombre que me dio la vida me dice que soy inmadura, que no sé qué quiero ser, que no sé cómo lograrlo. ¡Pues perdón! ―me detengo al sentir punzadas en mi cabeza―. Tengo quince años y no nací con un manual que diga que tengo que hacer todos los días de mi vida ―hago una pausa―. En vez de eso nací con mil inseguridades y expectativas muy altas que quiero llenar para que se sientan orgullosos ―no puedo más―, solo quiero que se sientan orgullosos de mí.
―Yo no dije que era inmadura ―empezó―. Cuando su madrina dijo eso, no me pareció que fuera verdad ―su tono era más suave, como de confidencialidad―. A veces veo que usted tiene una madurez diferente a la que yo tenía a esa edad ―hizo una pausa―. Cuando hablamos con su madrina también me dijo que yo debería escoger la carrera que va a estudiar ―otra pausa, como si ordenara una lista de ideas―. Y eso no lo voy a hacer con ninguno de mis hijos, no les voy a quitar esa libertad que yo si tuve de escoger que hacer con el futuro. Pero entiéndame que yo quiero ser parte de su vida ―ahora recobro su tono y fluidez―. Yo sé que trato a todos con indiferencia, pero usted es mi hija. Mi única hija. ―Toma su rostro y sigue―, veintiún años en la policía. No es fácil volver a tener sensibilidad como la que esperan que tenga. Cuando me presentaron la posibilidad de pensionarme lo hice, porque de nada me servía quedarme ganando un sueldo, talvez mejor, si cuando saliera ya no iba a encontrar a mi familia ―volvió a hacer una pausa. Esta vez más prolongada―. Yo también tengo miedo ―confeso―. Desde que me case, deje de responder solo por mí, y ¡ahora somos cinco! ―inhalo con dificultad―. Yo pienso en ustedes. Usted, su mamá, sus hermanos. Yo necesito saber cómo ayudarla. Y también necesito que me ayuden. A veces pienso que, si uno va a la universidad, los otros dos no van a poder ir ―pensaba en mis hermanos―. Perdón si soy insistente en ese caso, pero quiero que valla a la universidad. Que pueda educarse. Yo quiero que sea mejor que yo. Porque sé que es capaz de lograr todo lo que se proponga. —me levanto y me arrojo a sus brazos―. No se preocupe por su mamá o por mí. Preocúpese por agradar a Dios y llenar sus propias expectativas. Espere mucho de usted misma, ponga la meta más alta y así el resultado será muy diferente a si se pone la meta más baja. Hágale, que yo sé que usted puede.
―Gracias ―balbuceo―, gracias papá.
Bien la puntuación.
La primera no es una acotación.
No olvides al lector, los diálogos deben mostrar una voz propia para cada personaje.
Gracias Romi🙂