—No tengo autoridad para reclamarte, eres mi padre, pero no me agrada tu actitud —demandé con voz firme—. ¿Crees que tienes derecho de estar hablando mal de nosotros? ¿Qué te crees que eres? —volteó a verme de manera despectiva.
—Yo de ustedes… ¡no tengo nada! —refiriéndose a mi y a mi familia.
—Eres un malagradecido y una persona tóxica, ¿qué puedes entregar sino acaso lo único que tienes? Te has dedicado a hablar mal de nosotros
—¿Acaso no es cierto?
—¿Cierto en qué? Yo te llevo al médico, pago tus medicamentos, tus servicios de agua, luz, y teléfono y tengo que salir a trabajar, ¿qué más quieres?
—No me agrada la actitud que tienen.
—¿Actitud en qué? ¡No te entiendo! ¿Quién te ha dicho algo cuando llegas a recibir atención? ¿No acaso siempre está la puerta abierta cuando llegas? ¿Mis hijos o mi esposa o yo te hemos dicho algo? —y agregué— Todos los días vengo a verte, a saludarte y de manera grosera a veces ni saludas, ¿quién tiene la mala actitud?
—Déjalo así al cabo que ya no importo —¡Su respuesta me llenó de ira! Si fuese un niño de 5 años, le planto unas nalgadas
—¡Explícate! —insistí— ¿Quieres que me venga a sentar aquí contigo? ¿Quieres que deje de trabajar para venir a atenderte? ¿Qué es lo que quieres? —El señor enmudeció, ¡no podía creerlo! Me retiré y cerré la puerta, tenía ganas de azotarla, pero no debía caer en su juego.
Felicitaciones amigo por tus escritos.
En la última parte olvidas separar a los dos personajes, en el mismo párrafo, con una misma línea de diálogo estás mezclando dos voces.
Gracias José.
Reconozco la calidad en tu trabajo y me deleito con tus escritos.
Gracias Romina.
Ya corregí la observación.
Fuerte diálogo, pero atrapa, me hubiera gustado poder leer más.