Estoy descalza, la luna ilumina mi camino mientras tránsito por un sendero de piedra en la penumbra de la noche, veo a mi padre sentado en un tronco junto a una cerca.
—¿Cómo estás?—sigue sentado sin siquiera mirarme—¿Por qué vienes ahora?
—Estoy muy bien Adrianita—levanta la cabeza. Viste una sudadera azul y un pantalón de lino café.
—Deseaba verte, estoy muy confundida. Siempre creí que era tú niña, pero ahora entiendo que mami se la pasaba trabajando y nunca estabas para mí.
—Aun eres mi niña.
—¡Siempre salía de la escuela con la esperanza que estuvieras en el portón esperándome!—comienzo a sollozar.
—Tenía una lucha interna, quería ir pero mi mente me perdía.
—Sí lo sé. Como olvidar la vez que hiciste pedazos aquel jarrón, él televisor y la azucarera.
—No hablemos del pasado—se pone de pie.
—William te ves tan diferente, tan joven, ya no estas enfermo.
—Tampoco has olvidado ese día en el que te regañe porque me dijiste papá.
—No, tenía solo cinco años y me dijiste que el único padre era Dios.
—Perdón, a veces no era yo—agacha la cabeza.
Se escucha el garrir de un guacamayo y de repente comienzan a llover los pétalos de un guayacán rosado.
—¿Has visto a mami?- limpio mis lágrimas—Dicen que tuviste otra hija, pensé que era la única.
—Tengo que irme Adrianita—sonríe y se dirige hacia a mí extendiendo sus brazos.
Suena una campana, abro lo ojos y me encuentro en mi habitación.
Adriana Chavarria C.
Recuerda que el diálogo debe presentar naturalidad en la voz de los personajes. El uso de guiones y espacios muy bien.