Siempre consideramos nuestra amistad como un juego, éramos dos pubertos creyendo que el mundo giraba alrededor de nosotros, no discerníamos entre lo que se nos estaba permitido y lo que no, fueron tiempos de rebeldía.
Nos insultábamos en la calle como recreando una escena dramática en la que las personas nos observaban estupefactos, probablemente pensaban que éramos un par de imbéciles buscando atención, y no estaban equivocados. Nos tirábamos piedras o papeles, cualquier cosa que estuviera al alcance con tal de atentar contra la integridad del otro “sin dañarla”. ¡Vaya estupidez!
Cierto día caminando los dos por la calle se me ocurrió hacer un comentario respecto a su físico, algo que siempre pensé en decirle. Se llamaba Pedro. Desde el momento en que terminé de hablar supe que no había vuelta atrás, ese discurso caló hondo en su corazón, pero no para bien. Me devolvió una mirada de odio y se apartó de inmediato dirigiéndose a su hogar, tiró una maldición al aire y mencionó que se iba a vengar.
Pedro me buscó un día, su rostro denotaba impaciencia, me citó a un parque que colindaba con un río de nuestro pueblo, ese era el punto de encuentro, 1 p.m. debía estar ahí. No voy a negar que tuve temor, pero me dispuse a acudir al sitio en la hora pactada.
Llegué, me recibió con insultos y me invitó a “arreglar” las cosas en combate, propuesta que rechacé de inmediato, pues yo no sabía pelear, estaba acostumbrado a juegos bruscos, pero eso era distinto. Intentó persuadirme con rabia y aumentó el nivel de sus ofensas, me sentí acorralado, supe que no me quedaba opción.
Nos sujetamos con fuerza, él tomó ventaja desde el inicio lanzando fuertes patadas en mi vientre que me cortaban la respiración, yo a lo que podía trataba de atinarle un puñetazo, pero mis esfuerzos resultaban inútiles, poseía una pericia inexistente en mí. Todo transcurría muy rápido, sentía la adrenalina correr por mis venas y debía hacer algo para dejarlo fuera de combate antes de que me venciera.
No sé cómo, pero logré derribarlo de un golpe, fue un puñetazo certero directo a su mandíbula que lo noqueó de inmediato, me mantuve con la guardia en alto, pero no fue capaz de levantarse, parecía que ahí había terminado todo, mas no fue así.
Su cuerpo comenzó a moverse de manera involuntaria con suma violencia, ¡estaba convulsionando!, me asusté muchísimo y no sabía que hacer, lo descubrirían todo si me acercaba por ayuda. Lo observé con terror y no podía creer lo que había causado, sentía que el mundo me caía encima, “va a morir” pensé.
Lo siento por eso que pasaste! Saludos
Céntrate en una escena, un momento, recuerda que los retos no se tratan de contar toda la historia. Tu narración inicia en Pedro me buscó…