Un amor compartido
Había dejado un “recuerda que te amo”, esa mañana, en su muro de Facebook. Me temblaban las manos y una angustia subía y bajaba de mi estómago a la garganta. Nunca le había escrito por redes sociales y, por un extraño presentimiento, temía su reacción. Intenté continuar haciendo los deberes de la universidad, mientras abría y cerraba la ventana de Word en mi computadora, revisando si tenía alguna notificación que me indicara la respuesta de mi novio. De pronto, llegó una solicitud de amistad a mi cuenta. Revisé el perfil antes de aceptar y no reconocí de quién se trataba. Pero, algo en sus contactos llamó mi atención, teníamos a mi novio como amigos en común. Así que, acepté, e inmediatamente recibí un mensaje. Algo no andaba bien, mi corazón comenzó a latir con locura. La ansiedad iba creciendo, y mi respiración se tornaba más rápida y superficial. En un párrafo corto, me explicaba que era compañera de mi novio en la universidad y que su amiga “Aneth” necesitaba hablarme con urgencia. Por inercia e impulsada por mis propias dudas, accedí a hablar con esta fulana. Intercambiamos números de teléfonos. Esperé a que llamara. Caminaba de un lado para el otro en mi recámara cuando, por fin, sonó mi celular. Lo tomé de mi escritorio ¡estaba temblando! La sangre de mi cuerpo, se había retirado de mis extremidades. Estaba paralizada y mis manos heladas. Miré la pantalla sin estar segura de contestar, pero ganó mi incertidumbre. Una voz juvenil y entrecortada me habló. Apenas pude pronunciar un ¡hola! Intuí que lo que estaba por decirme no me iba a gustar. Y efectivamente, así fue. Aquella fulana era la novia de Alberto, mi novio. Llevaban saliendo 2 años, de los cuales, 9 meses había estado conmigo ¡No podía creer lo que mis oídos escucharon! ¡No pensé que sería algo tan grave! Me sentí una tonta, tan ingenua ¡Ese maldito jugó todo este tiempo conmigo! No sabía que debía hacer primero, si echarme a llorar o reclamarle por tomarme de boba. Ella no estaba mintiendo porque me compartió detalles muy íntimos, que coincidieron con fechas y horas en las que me dejó plantada con cualquier excusa. El frío que sentía, se convirtió en una calor infernal. Mi cara me quemaba de la rabia que estaba sintiendo. Aneth y yo entendimos que habíamos sido víctimas; ninguna de las dos había sido culpable. Las lágrimas caían en silencio inundando mis mejillas. Estaba convencida, resignada ¡Me engañó desde el inicio! ¡Qué tonta había sido!
Acababa de cerrar la llamada en el celular, y el teléfono de mi casa empezó a sonar. Supe que se trataba de “mi novio” porque había estado marcándome mientras atendía la otra llamada. No quise contestar. Me sentía débil ante él y no quería escuchar sus estúpidos argumentos. Pero, seguía insistiendo y, como no le respondí, a los pocos minutos apareció en mi casa ¡No sabía qué hacer, ni cómo actuar! Llamé de vuelta a Aneth. Después de explicarle lo que acababa de ocurrir, le propuse una idea ingeniosa: por la tarde en la universidad, enfrentaríamos a Alberto juntas. Acordamos, hora y lugar para encontrarnos ¡Qué sorpresa se iba a llevar! Mientras tanto, tendría que lidiar con él, aguantarme las ganas de echarle en cara todo lo que sabía, para que no sospechara nada. Lo recibí sonriente, con el mismo cariño de siempre, como una buena actriz ¡Mi macabro plan apenas iniciaba!
-Saranyi Drisselley-
La narración bien. Nos faltó centrarnos en la consigna del escrito que pedía aplicar la técnica de “causa y efecto”, eso lograría darnos el ritmo de velocidad en la narración.