Soltaba sus muñecas mientras ella suspiraba, tomó aire diciéndome que era muy difícil porque me seguía amando, que se sintió traicionada, que al dejarme una parte de ella se moría, que no podía creer lo que le hice. Llorando me acerqué a ella, la miré a los ojos, la tomé de la cintura y con voz firme le rogué una oportunidad de explicarle lo que sucedió aquel día en la casa de campaña y que si después de eso decidía no perdonarme la dejaría tranquila para siempre.
Apretando los dientes con fuerza abrí la puerta de casa, pensaba en la reciente traición de Beto que me arrebató la oportunidad de contarle a María la verdad. Invadido de rabia me encerré en la habitación, lloraba porque ella me terminó tan rápido que no tuve la oportunidad de explicarle. Estaba decidido a luchar, no iba a permitir que una verdad a medias definiera nuestro final.
La busqué en su casa pero no salía, en la escuela pero sus amigas como guardianas guerreras me apartaban acompañándola siempre, en ocasiones la veía por la calle y la trataba de alcanzar pidiéndole que me escuchara pero apresuraba el paso huyendo de mí.
Incontables veces seguí buscándola, cuando no lo hacía, escuchaba canciones que me la recordaban, le escribía poemas y se los entregaba, ella los empuñaba tirándolos al piso, me torturé pensando que ya no me amaba.
Me evadió durante casi un año, se me agotaban las fuerzas y la fe, comía muy poco y no quería salir con mis amigos, me encerraba en la habitación para escribirle, para pensarla. No solo me había roto todas las cartas en la cara, sino también mi corazón en pedacitos que decidí hacerle una última de confesión. Culpé a Beto por decirle a medias lo que sucedió, quise odiarla por no darme la oportunidad de contarle la verdad, pero no pude, era más grande mi amor.
Puse la carta en un sobre azul, caminaba muy despacio mirando al suelo. La esperé frente a la puerta principal de la escuela, los bordes de la carta se humedecían con el sudor de mis manos, sonó el timbre anunciando la hora de salida, chicos y chicas salían por montones, el corazón me latía con fuerza, gotas de sudor escurrían desde mi frente, la buscaba entre la multitud.
La miré caminando sola apresurada sobre la banqueta, era extraño que sus amigas no la acompañaban, la seguí hasta alcanzarla a media cuadra, la tomé de la muñeca pidiéndole una oportunidad. Se negó soltándose con brusquedad.
De nuevo la tomé, sostuve con firmeza sus muñecas suplicándole que me escuchara, se negó moviendo la cabeza de un lado a otro y tratando de zafarse. Apreté mis manos con las suyas y la aprisioné entre mi cuerpo y el barandal de la escuela diciéndole que aunque no quisiera me tendría que escuchar.
Solté sus muñecas. Me dijo que la traicioné por lo que le hice. Lloraba acercándome, la tomé de la cintura rogándole una oportunidad de explicarle lo que sucedió aquel día y diciéndole que si después de eso no me perdonaba la dejaría en paz.
Respiraba rápido, mirando fijo a su rostro le dije que el día que me terminó quedé paralizado porque no la entendía, ni aceptaba cosas que me sucedían, que decidí contárselas pero no pude porque no me dio la oportunidad de hacerlo, que me dolieron en el alma sus dudas de amor y creerle a Beto algo que no era cierto.
Agachando la mirada me dijo que esto era demasiado, que dudaba de querer la verdad y de perdonarme, que era mejor dejar todo.
Sin esperanza y desalentado tomé su mano, saqué de mi bolsillo la carta y la coloqué en su palma diciéndole con voz tenue que todo lo que tenía que saber estaba escrito en ese trozo de papel y que aunque amarla dolía bastante supe que había esperanza de sobrevivir si me perdonaba. Me miró a los ojos, me soltó, se dio vuelta abriendo la carta y se alejó.
Moises Benav.
Recuerda enfocarte en una situación, para narrarla. Un hecho, un momento.
Gracias Romina, estaré más atento a eso.