Rumores
Tomás la acorraló en el pasillo cerca de las escaleras. La sostenía de un brazo y no dejaba de mirarla, intentaba confirmar su sospecha. Adriana por otro lado, intentó subir el escalón cerca de ella, pero no pudo. No la dejaría ir hasta escuchar la verdad sobre ese mensaje en su celular.
Ella no quería hablarle. Estaba decepcionada de su actitud. Sí, también recibió el mismo texto unos minutos antes, ese que preguntaba si ambos iban a ser pareja, pero no hizo caso. Tomás en cambio, la buscó por toda la facultad. Y apenas la vio, estaba dispuesto a exigir una explicación.
Le pidió que la soltara. El brazo le dolía y no tenía interés en pelear con alguien que ahora no estaba segura si era su amigo. Le gritaba que cómo se dio cuenta Laura de ese tema, pero por más que le decía que fue un accidente que, sin querer, Laura la miró mientras leía un mensaje suyo, él la apretaba con violencia. No le creyó.
Adriana estaba desesperada, no reconoció a esa persona y menos cuando escuchó de sus labios que ya no sería amigo de una traidora, que la amistad se pudrió por culpa de ella. Intentó pisar uno de sus pies, pero él fue más rápido y lo esquivó. Tomás estaba dispuesto a demostrarle que debía darle una lección. Respiró tan quieto como pudo y le pidió que la soltara de una vez. Le propuso dejar el asunto hasta ahí, y en un intento de poner fin a todo, le ofreció una disculpa por el rumor accidental.
Entonces la tomó de los hombros, apretó sus puños hasta clavar sus uñas y le dijo entre dientes un fúrico “Como si eso te salvara. Te vas a arrepentir Adriana”.
La zarandeó con cada palabra. Iba a darle una cachetada, pero ella no lo permitió. Lo miró con rabia y lo empujó. Adriana dejó de sentir miedo. Quedaron en medio pasillo, lo retó con la mirada a que se atreviera a intentar ponerle otra mano encima. Ella sabía explicar muy bien las cosas y él no estaba dispuesto a irse.
Falta ordenar la idea (piensa en el lector), recuerda, narración es acción.