Reto 17: Mensajes.

Le pregunté por su celular, pero ella trató de ocultarlo. Tenía un mensaje que apenas había recibido y que guardaba con mucho recelo. Repetí la pregunta y volvió a negar, dijo que era solo una amiga que había conocido en una reunión familiar. Ignoraba desde cuando una recién conocida podía provocar el misterioso brillo que se traslucía sus ojos y las sonrisas solapadas que había sostenido desde hacía dos semanas. Bien, si ella lo quería manejar así, yo no tenía por qué soportarlo. Me levanté del mueble de su sala para asistir a mis clases nocturnas en la universidad. Le aclaré que no se preocupara y que me retiraba para que pudiera hablar con mi reemplazo con mayor tranquilidad. Apretó los labios, me miró con furia y arrojó el celular al mueble. Se paró frente a mí exigiendo una disculpa antes de irme. No me inmuté. Le reclamé su falta de confianza, sus mensajes a escondidas, sus sonrisas sospechosas. Ironicé diciendo que le convenía que me fuera, tal vez así su amante podría venir a verla más temprano.

Las palabras fluían, mi rostro endurecía y el suyo se resquebrajaba. Susurró un insulto opaco, me dijo que haga lo que quiera y corrió sollozando a su cuarto. Apreté los puños y miré el reloj: me hacía tarde. Otro día podría preocuparme en resolver ese asunto. Me dirigía a la puerta en cuanto un brillo azul llamó mi atención hacia donde estábamos sentados. Su celular, estaba desprotegido y había recibido un mensaje. Me acerqué y observé el texto en la pantalla: un remedo de galán preguntaba si ya me había retirado interesado en los planes de mi novia para más tarde. Tragué saliva, fruncí el ceño y apreté las mandíbulas hasta el límite del dolor…

Comprendí que esa noche no iría a mis clases en la universidad.

Eduardo Burgos Ruidías.