Estábamos todos bajo una carpa gigantesca, justo afuera del salón de eventos. Teníamos las togas y los sombreros puestos. Uno de nuestros coordinadores alzó la voz en medio de la multitud de egresados y nos informó que entraríamos en cinco minutos. Miré alrededor, ¿dónde estaba él? Tenía que haber llegado hacía un buen rato.
No podía mantener la mirada fija, mis ojos trataban de encontrarlo en vano, pero no tenía mi teléfono conmigo, salí de mi lugar en la fila y le pedí a uno de mis amigos que le enviara un mensaje, el cuál apareció como recibido unos momentos mas tarde, pasaron los segundos, luego los minutos, no había respuesta.
Escuché la voz del coordinador una vez más, indicándonos que era momento de entrar. Volteé a los lados frenéticamente, no daba respuesta, no lo veía, no llegaba. Nos acomodamos en la entrada, listos para pasar al evento, y entonces vi a mi mamá pasando, la llamé con señas y le pedí que me prestara mi teléfono, la fila comenzó a avanzar, solo tuve unos segundos para leer un mensaje que decía “Perdón, mis papás no me dejaron ir”, enviado hacía casi una hora. No pude escribir nada, le devolví el celular a mi mamá.
Seguí al flujo de graduados, todavía estupefacta. Las respuestas posibles al mensaje flotaron en mi mente, “¿Cómo que no pudiste venir?” “Te avisé con un mes de anticipación” “¡Es mi graduación!” “¿Qué rayos sucedió?”. Entré al salón amplio y mientras tomaba asiento en mi lugar, imaginé mis dedos pulsando la pantalla con aprensión. El rector se acomodó frente a un atril para comenzar, la conversación tendría que esperar hasta acabar la ceremonia.
Asher Cypress
Relee el reto en el libro, y la técnica de causa y efecto.