Cuando terminó la clase en la sala de computación, dispuse retirarme prontamente del lugar; tenía un gran dolor en el pecho después de todo, y anhelaba profundamente estar a solas y llorar.
Mi mejor amigo desde su carpeta notó mi gran apuro, cogió sus libros y apresuró en guardarlos dentro de su mochila, pues era habitual salir juntos de clases.
Abandoné el mueble con mis cosas en brazos y al dar algunos pasos en dirección a la puerta, lo escuché detrás de mí, preguntándome: “¿Haremos la tarea de dinámica en la terraza?”; parpadeé, respiré hondamente y di la vuelta hacia él, lo miré fijamente por algunos segundos con ojos de desconcierto sin emitir alguna palabra; él, sin entender mi actitud, aguardó en silencio; me volví y salí del recinto.
Un paso, dos, tres, perdí la cuenta en el pasillo, pues caminaba sin mirar atrás, como si huyese de algún crimen, de alguna escena catastrófica; al instante, sentí una mano en mi brazo izquierdo y una voz temerosa preguntando “¿Qué te pasa?”, era él nuevamente; me detuve y giré; “¿Qué me pasa? En serio quieres saber ¿Qué me pasa?”, respondí muy molesta entre lágrimas; me miró confundido sin saber qué decir y con voz entrecortada argumenté “Pasa que me traicionaste, le contaste a un grupo de chicos lo que el profesor me había propuesto a primera hora, te lo conté en secreto porque eras mi amigo, porque pensé que eras confiable, ¿cómo pudiste exhibirme? ¿Cómo?”; Me dí media vuelta y proseguí mi marcha mientras secaba mis lágrimas; “Lo siento, no me medí”, escuché decirlo; no quise continuar aquella conversación y continué mi rumbo mientras el sol quemaba mi rostro ruborizado.
A unos metros, tropecé con un grupo de estudiantes y tiré sin querer mis libros al suelo, los levanté quejándome de aquella suerte y al pararme él estaba frente a mí, con un semblante lleno de tristeza y vergüenza; lo miré enfadada otra vez, y muy decidida le dije: “No me sigas más, esta amistad terminó”; sentí una gran dolor pena por todo el tiempo que habíamos compartido y amargura por su deslealtad, y con más ímpetu empecé a andar.
Salí de la universidad a esperar un auto que me llevara a casa, cuando uno se detuvo, una mano inesperada abordó la puerta para abrirla, era él otra vez; sin pensarlo subí al coche, él cerró la puerta y desde el exterior susurró “mañana conversamos tranquilamente”, lo miré con más furia mientras el automóvil arrancó.
Atte. Margarita
Muy bien. Ahora a releer el reto, ver el efecto que se logra en la narración… y luego lee tu texto: ¿qué sobra? ¿qué rompe la narración?… y eso quitarlo al editar.
Gracias por su comentario estimada Romina, lo tendré en cuenta.
Bonito texto. Que triste darte cuenta quien creías tu mejor amigo traicionó tu confianza.
Hola Ana Elena, es un gusto encontrar tu comentario; a veces nos traiciona la persona menos esperada.