Las gotas golpeaban como alfileres mi espalda, la piel se me había erizado. Veía todo desde la distancia, armándome de valor para salir de nuevo a la realidad. Cerré los ojos y me concentré en el agua que me recorría, las partes en que me acariciaba, un consuelo de la naturaleza. Entonces las lágrimas calientes llenaron mi rostro.
Aunque desde afuera pareciese que estaba bien, en mi interior no había paz. Me había convertido en una observadora del mundo, había perdido la fe, la esperanza ¿Qué se hace con algo así? ¿Qué se hace cuando el desconectarte es tu único alivio?
Tal vez distanciarme de la realidad podría evitar que me lastimaran, porque tenía miedo, miedo de desintegrarme en el aire, de crecer, de que existiera un mundo sin mí.
Me dolía existir, me daba miedo existir.
Cerré la llave. El tintineo del agua era lo único audible en la habitación, me plante ante mi reflejo, ante esos ojos tristes que me veían cada mañana y se las arreglaban para disimular los fragmentos de lo que aún quedaba.
Me sentía como un fantasma, había olvidado lo más importante que sabía; si tan solo me hubieses visto, probablemente no hubiese visto nada.
Estaba todo el mi cabeza, había hecho un desastre, veía como crecía una mujer la cual mi madre no había criado. Me estaba desmoronando, estaba perdiendo la fe, pero entre tanto caos había algo capaz de engendrar mi espíritu de nuevo. Necesitaba acercarme, ver el mundo a detalle. Sabía que cambiar las cosas tomaría tiempo, no podía elegir el solo sentirme bien, pero una parte de mi buscaba con desesperación volver a experimentar, volver a conectar con mis sentidos a pesar del miedo y callar los pensamientos que no eran verdad, para encontrarme.
Quizá nada tenía sentido, quizá mi existencia significaba apenas un suspiro, pero existía. Era algo, de eso estaba segura.
Bien, pero no solo te detengas en lo que hay en tu cabeza, sino en lo que hay alrededor, en el ambiente. El lector tiene que ver la escena