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Reto 16 – Lancemos piedras

Ya no soportaba el intenso calor que hacía en ese almacén, transpiraba torrentes interminables de sudor en el cuerpo, más las cajas vacías regadas en el suelo junto con las mercaderías, levantaba un extenso polvo en el aire provocándome estornudos constantes. Quería abandonar mi labor en ese momento por salir unos minutos a respirar aire fresco. Y entonces, como si mi suplicio hubiese sido escuchado, entró una llamada a mi móvil.

Era un número desconocido, y aun así contesté. Me sorprendí al oír la voz de una mujer. Que extraño, pensé. Nunca nadie me llama. Intenté reconocerla, aguzando mi oído izquierdo. Era Luz, mi amiga de la universidad. Y quedamos en vernos,  ya que ella me lo había pedido.  

—Mañana continuaré con las demás facturas —le dije a mi jefa en cuanto entré a su oficina.

— ¿Ya te vas?

—Si. Es que surgió un inconveniente familiar del que debo ocuparme, señora.

—Ok, vuelve mañana.

 

En quince minutos, tal como lo había prometido, permanecí sentando en el muro que dividía el césped con el pavimento, viendo el panorama en que me encontraba. Frente a mi remodelaban un edificio extenso que ocupaba una cuadra entera, si bien lo recordaba, era un hotel. A mi derecha, dos policías en trajes de negro y chaleco verde fosforescente, controlaban el tránsito. Y más por delante, una cafetería turística, lujosa, con adornos rústicos y plantas alrededor. Era bellísimo y acogedor. Una pareja de gringos conversaban amenamente. Y en otra mesa, en esa misma vereda, un artesano ofrecía pulseras coloridas, incrustadas con piedras exóticas. Dentro de la plaza, artistas de toda clase, ofrecían sus servicios a la muchedumbre que pasaba casi ignorándolos. Eso me causó un poco de tristeza. Porque yo también era un artista como ellos, aunque no dibujaba con excelencia un retrato, o tatuaba con presteza una piel morena, me sentía apenado por el simple hecho de mi oficio, el de querer ser escritor. Revisé mis bolsillos por si tenía algo de dinero y así colaborar con ellos para un retrato en blanco y negro. Nada. Apenas contaba con unas cuantas monedas para mi combustible.

Vi la hora en mi reloj de mano, las cuatro y media. Y entonces, alcé la cabeza y vi a Luz atravesar la calle frente al hotel. Llevaba un polo verde hasta la cintura, el resto se ocultaba dentro de la falda corta de color negro hasta los muslos. La muchacha corrió apresurada con ese par de tenis negros bordeados de blanco en la planta, que tanto me encantaban.  

Me bajé del muro para recibirla con un beso en la mejilla.

—Luz, ¿Cómo has estado? Desde que entramos en vacaciones te perdiste.

—No mientas. Para eso te llamé, para que nos veamos.

Aquello me sonrojó. No supe que decir. De cualquier manera, estaba contento de verla

—Vamos a caminar —le dije a Luz.

Dimos un paseo por debajo del bulevar, conversábamos sobre nuestras expectativas en el próximo semestre, y otras trivialidades.

— ¿Y si bajamos a la orilla del río? —le sugerí a mi amiga.

—Brayeen —me dijo ella de repente—. Me iré de viaje, mañana. Por eso quería verme contigo…

Una vez más, no supe qué decir. Como siempre, timorato ante las chicas, me quedé callado. Pero recobré mi firmeza poco después. El ambiente era perfecto, aire fresco, debajo de un gran árbol con espinas, allí parados a la orilla, viendo el río en guamas sobre la superficie, y por encima, un atardecer lento.   

—Así que te vas… Me alegra que hayas contado conmigo para este momento. ¿Has lanzado piedras en el agua alguna vez?

—No —me contestó ella—. Siempre he querido intentarlo.

—Yo te enseñaré.

No sostuve su mano, le mostré cómo hacerlo. Las piedrillas salpicaban sobre el agua dos a tres veces, era un buen inicio para una principiante. Quién imaginaria que esa sería la última vez que la vería.  

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romina
2 años desde

Revisa el PG y el reto del libro.