Primero de agosto de 2002. Terminaba la quinta visita de Juan Pablo II a nuestro país, después de canonizar a Juan Diego tomaría el avión que lo llevaría a su siguiente destino. Sería la última vez que estuviera en México. Nunca lo había visto en persona y esperaba poder hacerlo, formaba parte de los grupos juveniles que haríamos valla en el camino por donde el Papa pasaría. Nos congregaron desde la noche anterior, fue una noche fría con lluvia y hambre pero el deseo de poder verlo nos daba fuerzas. Nuestro grupo fue colocado cerca de la entrada al aeropuerto. Sobre la avenida principal donde estábamos colocados, cuando amaneció un taller mecánico vendía café de olla que sabía mucho a metal, hasta parecía café de mofle, pero de algo nos sirvió para aguantar al mediodía que era la hora aproximada en la que pasaría Su santidad. Estábamos atentos por radio para escuchar la hora en que saldría de la Basílica para dirigirse al aeropuerto y poder verlo. Fue un momento casi inefable, de repente se empezó a escuchar una algarabía que se empezó a hacer más grande, a lo lejos se podía ver el papamóvil, y conforme se iba acercando al lugar en donde estábamos la alegría que se vivía era contagiosa, era indescriptible, aunque fue un breve momento el que estuvo frente a nosotros, es como si el tiempo se hubiera detenido, de verdad que Juan Pablo II irradiaba una energía que te transforma y te llena, en verdad puedo asegurar que él era un hombre de Dios, verlo sentado con su traje blanco, ya con años encima pero con un espíritu incansable dando la bendición a los que estábamos ahí es algo que nunca olvidaré.
Reto 16/Juan Pablo II

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