El sol brillaba con una luz desdeñosa, fría y opaca tras la seda de las nubes.
El viento arreciaba y el gris de las paredes de la facultad tan solo la llenaban de ansiedad, aquella ansiedad que la enfocaba tan a menudo en los afanes del día a día.
Aquella fría tarde, como siempre ella corría, con prisa por la vida resolvía en su mente el problema del día. Avanzo con paso firme a la dirección de carrera y se dispuso a afrontar la espera.
El aparador de madera pulida, con su toque helado, tono oscuro daba a la estancia un aspecto solemne. Los estantes de roble albergaban decenas de libros en tapa dura que le preguntaban con ternura que estaba haciendo ahí parada viendo pasar la vida. La alfombra verde olivo tan solo la llenaba de frío, mientras sus ojos se clavaban en la única planta del lugar, un enorme helecho artificial que soñaba quizás, con algún día ser de verdad.
El frío del ambiente tan solo serviría para nublar su mente, y poner en evidencia el calor ardiente que recorría sus manos y sus mejillas al recibir el toque de un muchacho de ojos negros. El muchacho sonriente la saludo galantemente “un placer conocerte, mi nombre es Adrian” Extendió su mano helada hacia ella, y al tomarla su Palma helada sintió el calor de mil llamas, aquella mano fuerte que la estrechaba segura, de piel pálida y cetrina puso a prueba su temple.
Ana recorrió con su mirada los brazos fornidos del joven un poco más alto que ella, de torso firme algo robusto, vestía una camisa celeste y una chaqueta de mezclilla azul, su rostro ovalado marcado por una mandíbula fuerte y una sonrisa alegre que a simple vista parecía imprudente. Sus ojos bailaron en sus delgados labios, pálidos que enmarcaba una la hilera de perfectos dientes de perla. Su rostro enrojecido al notar su letargo pero sus ojos continuaron recorriendo el rostro de aquel extraño que la había abordado, su piel cetrina le resultaba tan atractiva, su nariz aguileña y su ojos negros, brillantes e inocentes terminaron por desarmar los muros en su corazón.
Ella sabía que la sensación no era normal. Que su corazón emprendía el vuelo sin su permiso y por un instante se aferró a la posibilidad de escapar, escapar del sentimiento que la aturdida fuertemente y no había sentido por nadie más.
El tan solo le ofreció una sonrisa y ella respondió, quien sabe después de cuánto tiempo “el placer es mío, mi nombre es Ana”