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Reto 16 – Descripciones – De esos sueños que no son casualidad

De esos sueños que no son casualidad

Ese día, ella conoció, desde las muestras de arte más antiguas, hasta los canales adornados con las flores más hermosas, esas que daban su esencia a la ciudad de Ámsterdam. Pero ni la impresión de La Noche Estrellada de Van Gogh fue oponente digno para ese instante; ese sueño tan esperado, que sólo las perlas de lluvia fueron testigos del temblor de sus manos y la emoción llameante de su corazón.

El aire gélido y el dolor en sus pies por las caminadas kilométricas pasaron a segundo plano cuando lo vio, desde el otro de la calle Weteringschans, un sauce llorón a orillas del canal.

La vista ante sus ojos parecía una obra del Museo Rijks: el toque urbano que brindaban las bicicletas parqueadas a la deriva, junto con las típicas casas decoradas en colores sobrios como marrón, blanco y canela que rodeaban el canal, conformaban una melodía pintoresca que destacaba la suave danza de las ramas del sauce. Casi parecía un verso escrito por la misma naturaleza.

Pero Adriana no se conformaría con observar. Ella siempre quiso ver un ejemplar de cerca y no perdería oportunidad. Se acomodó el gorro de lana rojo oscuro y los lentes, cruzó las líneas del tranvía que anunciaba su paso a lo lejos y, como si la mismísima Ámsterdam fuera avisada de ese anhelo, divisó a su derecha un espacio peculiar entre la reja que dividía al parque de la calle. Era tan estrecho, que apenas pudo pasar sin tropezar. Soltó una aguda carcajada, ya que estuvo a unos centímetros de caer en el barro.

El éxtasis hizo que se olvidara de los nueve grados de temperatura que, desde la mañana, entumecía su cuerpo. Su alegría apenas le cabía en el pecho. Ahí estaba. Lo que buscó conocer toda su vida, pues en su país no existían, era más espectacular e imponente de lo que imaginó. Bajó las gradas con timidez hasta llegar al tronco macizo y de vetas oscuras.

Se quitó el gorro y dejó su cabello rizado al aire. Para ella, era un momento tan sagrado como la misma divinidad. El viento daba al ambiente un toque espiritual con su silbante susurro. Con inocencia en su mirada, se deleitó con el surco dibujado en el agua del canal por esas verdosas ramas que parecían no tener fin. Ése era el encanto de ese árbol: el movimiento perpetuo que era un vivo reflejo del concepto de la eternidad.

Pero lo que más la conmovió y tatuó en su alma parte de la magia del sauce, fue la etérea caricia de las ramas entre su cabello. Se quedó quieta. Era como si el árbol, a su manera, la quisiera conocer también. El viento dejó de soplar unos minutos antes, lo que, lejos de asustarla, embriagó ese instante tan íntimo con ese misterio primigenio que sólo los árboles eran capaces de brindar.

Cerró sus ojos, se olvidó del clima invernal, de que el cielo soltaba perlas de agua entre sus nubes amorfas y se aseguró, con esa sonrisa tan pícara y tan suya, de preservar ese momento, del que estaba férreamente convencida, no tenía forma de casualidad.

Pudo haber visto ese día las riquezas culturales de la capital, que era uno de sus sueños por supuesto, pero concluyó, mientras caminaba de regreso a su hotel por la senda de los tulipanes, que nada se comparó, con la magia y satisfacción de presenciar por sí misma, la pureza de corazón de un sauce llorón.

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kayuri.books
2 años desde

Tu última frase me encantó, y hasta te salio una rima ❤️¡Ahora yo también quiero ver un sauce llorón!

romina
2 años desde

Cuida no perder la naturalidad en el texto, recuerda al lector. El inicio tiene problemas de redacción.
La descripción podría haber iniciado en “Su alegría apenas…”

karennia2
2 años desde

Ay mi amada Amsterdan no hace otra cosa sino que inspirar poesía! <3