Pasado
Era un día frío de secundaria. Las hojas de los árboles se movían violentamente a causa del aire que corría, y al mismo tiempo se metía por debajo de las ventanas del salón donde iba Adri, provocando que se estremeciera. Deseaba haber escuchado a su madre y haber llevado un suéter más consigo.
La profesora de la clase de español les dictaba un poema de Mario Benedetti: “sin tocarse una uña o un ojal ni siquiera una hebilla o una manga y como a la salida hacía bastante frío y ella no tenía medias sólo sandalias por las que asomaban unos dedos muy blancos e indefensos fue preciso meterse en un boliche”, y justo cuando la palabra “frío” hacía eco en su mente, detrás de ella se hallaba Emmanuel, estirando sus manos para ponerle un suéter que la cubriera.
Ella volteó y distinguió a ese joven alto, de cabello corto, rizado y negro, de tez morena, que solo vestía el pantalón escolar y su camisa blanca, pues al llegar a su olfato ese familiar perfume que salía de la prenda, comprendió que era su suéter el que ahora ella tenía. Él le sonrió, acaricio su cabeza mientras ella asentía, y se dirigió a su asiento.
Llegó la hora del descanso, y como siempre, las únicas personas que permanecían en el salón eran Adri y Emmanuel. Ella se acercó al lugar de él, y a manera de agradecimiento le regaló un beso en la mejilla derecha que le brindó calidez, y provocó que olvidara el frío.
“¿Cómo vas con el libro?”, le preguntó ella, a lo que él respondió que había pasado otra noche en vela leyendo capítulo tras capítulo. Ambos rieron, y comentaron lo bella e interesante que era la historia.
El receso concluyó y todos volvieron a entrar rápidamente tras el profesor. Escucharon atentos su clase, y las horas pasaron sin avisar. Sonó el timbre que anuncia la salida, y la mayoría salió corriendo tras el tercer timbrazo. Todos menos ellos dos.
Adri guardaba tranquilamente sus útiles dentro de su mochila, y al alzar la mirada advirtió que Emmanuel se hallaba recostado sobre la paleta de su butaca, con sus libretas esparcidas en el suelo; así que terminó de ordenar sus pertenencias y, divertida fue a levantarlas, mientras veía con ternura a su amigo desvelado.
Comenzó a introducir los cuadernos en su mochila, y la sonrisa se borró de su rostro al escuchar sollozos ahogados provenientes de él. Se acercó para comprobar que no estaba durmiendo, lo tomó por la espalda, acarició su nuca, susurró su nombre y como por ley de inercia él se levantó para abrazarla fuertemente. Entonces rompió en llanto. Sus lágrimas empapaban el hombro de Adri y su peso casi la derribó, pero puso los pies firmes y nada de eso importó.
Minutos después ella logró decir: “Bienvenido al dolor de leer Los ojos de mi princesa”, y él lloró con más intensidad, mientras intentaba articular una oración: “No es solo eso”, le dijo, “es él.”
Entonces ella entendió. No solo era la desilusión de los actos de Sheccid, sino que le dolía algo que “él” le había hecho. Bien le podía decir que aquella era Justina y no Sheccid, pero en ese momento no era eso lo que causaba el llanto. “Me siento traicionado”, decía, y a ella se le inundaron los ojos, y partía el alma al escuchar que el chico con el que había estado saliendo le mostraba indiferencia, desprecio y desinterés. El corazón se le rompía en mil pedazos al oír que a persona se burlaba del noble joven que tenía enfrente. No sabía que decir, pues de haber estado tan feliz por Emmanuel por haberse enamorado por primera vez, ahora una mezcla de rabia, decepción y melancolía inundaba su ser. No solo quería golpear al causante de esas lágrimas, sino que deseaba salir corriendo para buscarlo y gritarle todo el repertorio de malas palabras que jamás había dicho. Pero en ese momento lo más importante era apoyar a su amigo. Lo abrazó aún más fuerte, y entre sollozos y lamentos, poco a poco el llanto cesó.
Unos ojos rojos e hinchados dirigieron su mirada a aquella joven impotente, y la sonrisa que ella ofreció bastó y sirvió más que mil palabras. Ambos tomaron sus mochilas y salieron del salón. La escuela ya estaba desierta, y se preguntaron cómo es que habían pasado tan rápido 2 horas.
Al ir caminando en la avenida principal de la ciudad, ella le colocó el suéter a manera de protección, y él le devolvió también una sonrisa como agradecimiento.
No decían palabras físicas, pero las que salían del alma en forma de abrazo fueron suficientes para ofrecer comprensión y amor de amistad.
Presente
Las luces son cegadoras y no me permiten distinguir entre las personas que bailan junto a mí. Mi vestido de quince años está ya roto de la costura de abajo, y mis amigos me gritan en medio de la fuerte música para que pueda escucharlos.
Llevo ya 2 horas buscando a Wendy por todo el salón de fiesta y no la puedo hallar. “Tal vez ha ido al baño o se siente mal y está sentada en alguna mesa”, pienso, y me dedico a disfrutar del resto de la noche.
Han pasado 5 horas y casi todos se han ido; solo queda Mimi, pues la llevaremos a casa con nosotros. Es hora de irse, y dejo que todos se adelanten para admirar por última vez en vivo los globos color rosa en el suelo, las telas que adornan los espejos del centro de la pista de baile, acompañados de máscaras del fantasma de la ópera, junto con los arreglos de claveles que tanto pedí, y que se fusionan con la leve música que aún se escucha.
Sonrío y doy vuelta para irme.
Ya es de mañana, y el despertador me avisa que es hora de ir a la escuela. Mi vestido largo y rosado ya está colgado en el ropero, y no puedo creer que ya haya pasado un día desde mi fiesta y sigo sin saber nada de Wendy.
Me pongo el uniforme, me peino, desayuno y voy al colegio. Cuando entro al salón la veo. Está sentada con otras chicas y ríen provocando estrépito en toda el aula. Me acerco a ella, le sonrío y amablemente le pregunto dónde es que se había ido la noche de la fiesta, y por qué no había contestado mis mensajes.
Su ceño se frunce, y cuando está a punto de responder, la interrumpe la chica a su lado diciendo que estaba con ella. “¿No sabes?”, me dice, “Tú fiesta era de lo más aburrida, así que me llamó, pase a traerla y nos fuimos a la fiesta de Caro”.
Desconcertada, veo a Wendy, quien se pone de pie y me muestra la pantalla de su teléfono con fotografías de ella en la fiesta que me acaban de decir. Luego comienza a decirme que haber realizado una fiesta de quince años para mí fue un error, y me grita diciendo que jamás debió haber ido.
Siento que mi rostro enrojece y una lágrima recorre mi mejilla, al tiempo que doy pasos hacia atrás, mientras ella continúa diciéndome que no se arrepiente ni un segundo de haberse ido de ahí.
Quiero articular una frase, pero no puedo, mi voz se ha ido. Tomo las pocas fuerzas que me quedan, y consigo decir “Cállate”.
No hace caso, y lo último que escucho antes de que anuncien que el profesor ya viene, es “No vuelvas a dirigirme la palabra”.
El profesor entra y dejamos de ser el centro de atención. Nos dirigimos a nuestros asientos, y comienza la clase.
El resto del día es difícil; no sé cómo evitar que sigan burlándose de mí, y que griten que no valgo nada cada vez que sale un profesor.
Solo espero que las horas dejen de parecer eternas y pueda irme a casa a llorar con toda libertad.
Adri Flores
Bien ambos tiempos, solo relee lo que logra el pasado o presenta, para que puedas elegir bien qué decir en presente
Me dejaron con ganas de más cada uno de los tiempos.. ¡Muchas felicitaciones!.. Ambas historias me encantaron mucho.. Hasta quiero saber cómo continúa.