Amigo — PASADO
La clase de química había terminado. Salió sin comprender nada, sumido en sus propias cavilaciones, cuando, de repente, sintió una palmada en su espalda, se inmutó terriblemente que casi lanza un codazo a su mejor amigo, Max, quien al verle la cara a Brayeen, se dio cuenta al instante de su extrañeza.
— ¿Qué pasa amigo? Te noto distraído. Normalmente no eres así; siempre sonríe con los compañeros. Algo anda mal contigo, lo sé. Vamos, cuéntame. Soy todo oído.
En efecto así era. Brayeen, pasó de ser un tipo animado, a ser un fulano acongojado; necesitaba franquearse con alguien. Y qué mejor persona que Max, su fiel compañero de copas, de palomilladas con las chicas. Pero sobre todo, era un buen consejero.
Fueron a la cabañita del que todos hablaban. Entre risas y carcajadas llegaron al lugar. Era un día soleado, fresco y saludable; la arena blanca brillaba con intensidad hasta el punto de empañar la vista. Y el frondoso bosque a los lados del camino, bamboleaba con el viento, azotando sus rostros sudorosos.
Respiraron profundamente el aire, hasta que sus pechos morenos se inflaron al tope, y lentamente exhalaron.
— ¡Qué calor hace! —comentó Max—. Ya sabes cómo saciar nuestra sed.
Echaron a reír, porque ambos sabían a que se referían.
Esa tarde, bajo la sombra de aquella cabañita; cómoda y placentera, Brayeen, le platicó su angustia, y como era de esperarse, Max, lo escuchó en silencio, atento, mientras este bebía sorbos del macerado de uva. Un delicioso trago.
Inclinado sobre la mesa, la voz de Brayeen se quebró en sollozos. Max, acercó su silla, y lo extendió un abrazo reconfortante.
— Tranquilo. Esas cosas pasan. A todo el mundo le pasa.
Después de muchas copas, anduvieron por la carretera; trastabillando y riéndose a carcajadas, porque el transporte universitario los había dejado. No les importó, más la compañía de ambos era suficiente. La distancia era más o menos seis kilómetros entre sus posiciones y la salida.
—Ya valimos este día —le dijo Brayeen a su amigo.
Abrazados, beodos de hombro a hombro, se perdieron en la oscuridad de la noche.
No amigo — PRESENTE
Frunzo el ceño con malicia. Algo no anda bien con mi amigo. Me acerco y le pregunto.
—Jorge. ¿En qué cosas andas? Espero que tu propuesta no sea nada ilegal. Estoy confiando en ti. No vayas a fallarme.
—No te preocupes hermano —me toca el hombro—. Tú déjalo en mis manos. Yo me encargo de todo.
—Está bien.
No me convenzo por completo. Emerge un ligero presentimiento negativo en mí interior. Es extraño. Su rostro caucásico, casi enjuto, y su sonrisa agradable, me hacen desconfiar aun si se trata de un amigo. A cada paso que da, casi puedo ver un aura de malicia en él. Muevo la cabeza, para desprender pensamientos de desconfianza.
Camino en círculos desesperadamente por toda mi sala. Comienzo a sudar frio. Me dirijo al espejo. Tengo un mal aspecto. Muevo la cabeza: «Jorge no me puede estar haciendo eso», murmuro. «No quiero pensar lo peor de él. No». Saco el celular del bolsillo, deslizo la pantalla hacia arriba y marco su número telefónico; lo pongo en alta voz, lo escucho timbrar, uno, dos, tres, cuatro: «Deje su mensaje en la casilla de voz», dice la operadora. No lo hago. Chasqueo la boca y profiero una maldición: «No me puede estar pasando esto», me digo a mí mismo. Me agarro de los pelos.
Sigo esperando, pasa media hora y nada. Empiezo a asimilar lo estúpido que soy. Miro el reloj de mano, son las doce y treinta de la noche. El teléfono no da señal de vida. Cierro los ojos, respiro con fuerza para calmarme. Exhalo, «Mi propio amigo me estafó».
En el primero, no olvides la empatía, conexión.