En el restaurante mi amiga pidió los platillos más caros y aunque yo no deseaba comer nada la deje pedir por la insistencia de ambos, el hombre parecía nervioso se levantaba demasiado al baño.
La noche anterior cuando lo conocimos parecía un hombre elegante de unos 40 años, alto, bien vestido, su aroma dulce, delicado, envolvente, era agradable a la vista, no tenía apariencia de ser un psicópata o reflejar malas intenciones.
Habíamos entrado al bar porque necesitábamos el baño, era un lugar pequeño, con poca iluminación, unas cuantas mesas, una mesa de billar en el centro y una rocola en la esquina, en aire el olor a orines y cerveza se esparcían por todo el lugar. En la barra una chica de unos treinta años me indico donde era el baño.
El hombre se había fijado en mi cuando entre en el lugar, seguramente notó los papeles en mi mano porque nos ofreció empleo al instante, hacía días que mi mejor amiga y yo andábamos en busca de alguna oferta por eso ella acepto la cita de inmediato.
Yo no deseaba asistir, tenía desconfianza era extraño que un hombre se acercara a dos adolescentes y les ofreciera trabajo, pero ahí estaba sentada en el restaurante, viendo como él jugaba con la botella de cerveza nerviosamente mientras nos hacía preguntas sin sentido, la primera vez que tomó el teléfono de mi amiga, mientras lo veía alejarse “en mi cabeza resonaban las palabras de mi padre que nos ordenó no venir”…Estaba nerviosa las manos me sudaban, por mi espalda corría un sudor frio, miraba a mi amiga en busca de alguna señal que me dijera corre, sal de aquí pero nunca llegó.
La conversación era cada vez más lejana a una oferta de empleo, él nos miraba como si estuviera a punto de escoger el mejor corte de carne en una carnicería, su mirada a diferencia de la noche anterior era maliciosa, su risa sarcástica. En su última visita al baño nos indicó que pronto un automóvil nos esperaría en la entrada, mis miedos aumentaron aún más, pero mi amiga parecía cada vez más interesada dispuesta hacer lo que se le indicara.
Mis puños estaban cerrados, de mi boca solo salían gritos, sus ojos derramaban lágrimas, nunca habíamos tenido una pelea de esas pero todo era su culpa, los minutos anteriores habían pasado tan rápido que estaba confundida, frustrada, más que molesta. El hombre había sujetado el teléfono de mi amiga con ira, sus ojos enrojecidos mostraban un aspecto que no habíamos visto desde que lo conocimos, en busca de señal telefónica salió del restaurante, yo deseaba que no volviera y así fue unos minutos después la mesera nos indicó que el hombre se había marchado en un automóvil, la policía y mi padre estaba en la entrada del restaurante.
Habíamos estado en medio de un secuestro que para nuestra fortuna no se llevó acabó, el hombre era buscado por la policía, engañaba jóvenes para que entraran en vehículos y después no se volvía a saber de ellas. Mi padre con la desconfianza de que lo desobedeciera había asistido a la policía en busca de ayuda, con los datos que le había entregado la noche anterior, por esta razón el hombre no logró llevar a cabo su plan “seguramente le avisaron que la policía estaba cerca y por esto se marchó”.
La ira se convirtió en lágrimas y entonces me di cuenta estábamos a salvo, la traje hacia mí y la abrace con fuerza agradeciendo que nos teníamos la una a la otra en ese momento.
Jenn Rojas.
Tu apogeo debería iniciar en “Mis puños cerrados”.. es el momento de tensión, de drama, donde tiene fuerza… Y desde allí ir armando la historia.
Excelente historia.
Muchas Gracias.
No hay que confiar en personas desconocidas.
exacto una lección aprendida a la fuerza