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Reto 13: Pesadilla.

El auto está justo al frente. Puedo ver los ojos fijos del conductor, su boca abierta, sus manos tensas… El tiempo detiene su marcha y todo a mi alrededor se congela en un recuadro mortal. A escasos centímetros logro sentir el calor del radiador del vehículo, su vibración, su potencia… El agradable ronroneo del motor se torna en una melodía siniestra al ser interrumpido por el contraste agudo del chirrido de frenos. El movimiento se reinicia segundo a segundo, impío, procesional… No, no lo logra. En un infinitesimal intervalo recibo el impacto del parachoques contra la rueda delantera de mi bicicleta. El manubrio escapa de mis manos de un tirón y la inercia me separa de los pedales. Me elevo ingrávido, etéreo, mientras observo como la realidad se fractura en su estructura dejándome sentir el cielo a mis pies y el suelo sobre mi cabeza. Los sonidos son graves y prolongados, contrastados con el derrape de llantas que hacen las veces de gritos agudos que anuncian que un sueño se ha convertido en pesadilla. Pero sé que no estoy dormido, estoy seguro de que no puedo estarlo…

He despertado esta mañana sobre mi cama, despeinado, ojeroso y con los ojos entreabiertos hasta el primer chorro de agua fría de la ducha. Por desayuno solo tomo algo de leche, panes y jugo, acompañado de las noticias matutinas y las bromas en la mesa con mis hermanos. Me pongo el uniforme, verifico mis libros y recibo la bendición de mi madre antes de salir a clases en la escuela secundaria. Reviso mi bicicleta, vieja compañera en la que sigo la misma ruta día tras día, y veo que todo está en orden. Inicio la ruta con el viento golpeándome el pecho, finas gotas de sudor acariciando mi frente y la mochila presionándome la espalda. Ahora no siento la mochila, pero estoy seguro de haberla traído. Debe estar cerca, en alguna parte del vórtice que me rodea, oculta entre la oscuridad que se cierne tras de mí, a pesar de que recuerdo que todavía es de día. Pero esta realidad es distinta y parece no obedecer las leyes lógicas. Tal vez ya sea de noche, una noche negra y doliente, que me abre los brazos y arrulla con movimientos vertiginosos que golpean mis brazos, manos y piernas. Cierro los párpados y poco a poco caigo en su juego, después de algunos segundos creo que empiezo a quedarme dormido.

Un calambre recorre mi cuello y mi cabeza. Abro los ojos: no se trata de alguna pesadilla. Mi bicicleta retorcida se encuentra delante del vehículo, yo estoy a pocos metros y veo algunos pies a mi alrededor. Hay susurros preguntando por un doctor y murmullos de señoras sorprendidas de que no estoy sangrando. Hago fuerza sobre mis brazos y logro reincorporarme. Unos señores me sujetan y me dicen que no me esfuerce. El entorno ha vuelto a ser estático, o tal vez soy yo quien ha dejado de dar vueltas. Unos jóvenes levantan la bicicleta y en contados minutos estoy recibiendo atención médica. Soy trasladado a un establecimiento de salud pequeño a pocas cuadras de mi escuela donde me muestran luces y dedos, me presionan por todas partes y me hacen parar sobre uno y otro pie. No hay traumatismos graves ni fracturas y quizás salga de alta en algunas horas. El doctor pregunta si hay dolor o náuseas, pero ya es media mañana y respondo que me siento bien y tengo hambre.

El médico se muestra optimista y pregunta si llamaron a mis padres. Recalca que tuve suerte, y que además el apetito es un buen síntoma.

Eduardo Burgos Ruidías.

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adri18bg
2 años desde

Eso Edu!

romina
2 años desde

EL salto temporal de un momento al otro está confuso. La redacción muy bien, pero cuida los verbos. O presente o pasado.