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RETO 13: Mar soberano

El hombre alzó su mirada hacia la costa. Un pequeño grupo de chicos gritaban su nombre desde la orilla, el resto de las personas estaban paralizadas. Bajó la mirada decidiendo enfocar su vista en el mar, la cual había cambiado de color. Antes de un azul suave y amigable, ahora de un color grisáceo y amenazante, las olas imponían su voluntad sobre él, empujándolo hacia el horizonte sin fin. Su respiración se irregularizó más con este último pensamiento. Miró hacia el cielo. Su brazo derecho se adormecía por el esfuerzo, pero John sabía que tenía que mantenerse a flote, tenía que volver, tenía una esposa y dos hijas que lo esperaban en casa, tenía todo un grupo de amigos en la orilla que esperaban que saliera con vida, él no podía rendirse, no debía. Su brazo empezó a sentirse caliente y pesado. Miró hacia la derecha. Un poco más adelante de él, dos de sus amigos se agarraban con fuerza de la mano mientras hacían lo posible por regresar hacia la arena. Se veían agotados, sus cuerpos temblaban por el miedo y el frío, pero permanecían juntos. Algo de agua salada entró a los ojos de John haciéndolo parpadear. Logró recuperar la visión justo a tiempo para ver una ola acercarse con fuerza y separar bruscamente a sus dos amigos frente a sus ojos. Unas lágrimas escaparon de su rostro al ver a uno de ellos perderse en la lejanía, antes que la misma ola lo sumergiera a él y casi todas sus esperanzas, dentro del implacable y frío océano.

Todo empezó con una canción. Una que hablaba sobre las maravillas del sol, del agua y de la arena en el verano. La canción fue tan inspiradora y persuasiva que, antes de lo esperado, ya estaban todos los jóvenes de la iglesia en el bus que los llevaría directo a su más anhelado destino: la playa. Era un día de intenso calor, así que el devocional duró lo suficiente y luego todos fueron corriendo hacia el mar. El agua estaba fresca y las olas eran amigables, todo parecía pronosticar que sería una tarde llena de diversión. John se zambulló junto con sus amigos hacia unos espacios más profundos, tal y como lo había hecho cientos de veces en sus años más mozos. No todos los días se podía ir a la playa, así que él y toda su gente decidieron aprovechar al máximo la situación y dejar que todas sus preocupaciones sean llevadas por el mar.

Llegada cierta hora, la mayoría de chicos empezaron a sentir hambre y se dirigieron a la costa a ingerir sus alimentos. El sol bajaba para besar las aguas, así que a John y dos amigos les pareció divertido nadar un poco más antes de la llegada del crepúsculo. Jugaron por un buen rato y entonces un acuerdo se formó entre los tres: una última carrera hacia “lo más lejos que podamos llegar” y entonces los tres retornarían a la costa para comer. 

Un, dos, tres. Corrieron hacia el mar, y dieron las brazadas más rápidas que pudieron. John fue el más rápido y resultó ganador. Sus dos compañeros se detuvieron mucho más atrás y ahora jadeaban por el cansancio. La adrenalina del momento no les había dejado percatarse de que algo había cambiado, pero no demoraron mucho en darse cuenta. El oleaje había cambiado, las olas eran más fuertes que nunca. John y sus compañeros se miraron, teniendo el mismo pensamiento a la vez: tal y como habían acordado, tenían que volver JUNTOS. 

John empezó a dar brazadas en dirección a sus amigos, pero las olas no le permitieron llegar hacia ellos. Su corazón empezó a latir con rapidez. Comenzaba a sentirse atrapado y sus amigos también. No quería sucumbir ante el pánico, pero le era difícil luchar contra el miedo ante la situación en la que se encontraba. Sacudió la cabeza y se concentró, mientras las olas mecían su cuerpo más bruscamente que antes. No podían salir solos, estaba claro, estaban demasiado cansados como para luchar contracorriente. Entonces decidió alzar las manos para pedir auxilio. El conjunto de personas que comían plácidamente en la costa se percató de él y empezaron a agruparse frente a la orilla. John no estaba ahí, pero casi podía percibir la tensión que su pedida de auxilio había provocado en ellos. Sus brazos empezaron a ralentizarse, así que aplicó la técnica que le habían enseñado para poder continuar en la superficie: nada con un brazo y deja descansar al otro, luego cambias.

Señor, por favor, se lo ruego, déjeme regresar con vida, mis hijas… Si hicimos algo mal, nos arrepentimos, si fuimos necios, perdónanos, pero por favor, déjenos a mí y a mis amigos regresar con vida a casa, oró con intensidad. Apretó los labios. Todos en la orilla estaban mirándolos a ellos y sus amigos fijamente. Dos surfista se acercaba a ellos. 

Y entonces sucedió lo de la ola. Su cuerpo se sacudió con fuerza, una piedra lo golpeó en la pierna. Miles de pensamientos se arremolinaron en su mente, a la vez que luchaba por regresar a la superficie. Cuando por fin lo consiguió, el paronama había cambiado, se dio cuenta, al mirar hacia las personas, que la ola lo había empujado milagrosamente hacia un lugar más cercano a la orilla. Tosió para expulsar el agua que había entrado en su boca y se encontró con una tabla de surf a unos pocos centímetros de distancia. Un surfista lo llamaba por su nombre, le decía que tome el extremo de la tabla y que él lo ayudaría a volver. Mencionaba tantas palabras esperanzadoras que John solo dudó por sus amigos. 

– Mira, tu amigo ya está saliendo – dijo el surfista, señalando a un hombre que llegaba, con la ayuda de otro surfista, hacia la orilla donde… Una punzada de dolor apareció y se acrecentó en su corazón. Algunas personas lloraban en la orilla y no había rastro de su otro amigo… -. ¡APRESÚRATE! ¡¿QUÉ NO QUIERES SALIR?! – le gritó el surfista.

Miró hacia atrás, donde la luz formaba un camino dorado hacia el sol. Su amigo…

El surfista gritó y John se apresuró a tomar el extremo de la tabla. Con un movimiento rápido, el surfista empujó de la tabla hasta que ambos estuvieron en la costa. John fue recibido entre lágrimas y abrazos. Su amigo se retiró a descansar, incapaz de mirarlo a la cara. John hizo lo mismo y nadie lo detuvo.

El retorno a casa se llevó a cabo entre sollozos y preocupación. Sus lágrimas continuaron saliendo incluso cuando el bus ya se había ido. Todos estaban en casa, la oración de John había sido parcialmente respondida pues se vio de nuevo en los brazos de su esposa e hijas, pero él sabía que su amigo jamás tendría la misma suerte, pues cuando el océano reclama su soberanía no hay quien lo detenga… solo Dios, pero, ese día, John sabía que no era el caso. 

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