Las pequeñas chispas comienzan a convertirse en una llovizna, que dificulta mi visibilidad. Sé que él está frente a mí, pero no lo puedo ver. Su voz se escucha lejana, el disparo al aire que dio el chico me ha dejado sorda, o al menos por el momento. Aun puedo sentir el frío del arma sobre mi nuca. Su boca de metal, lista para escupir su fuego sobre mí. Mi ropa se ha humedecido, los escalofríos me suben por la espalda. Hace solo unos minutos, solo éramos dos chicos buscando un refugio de la lluvia.
La oscuridad de una noche, pobremente iluminada, trajo a mi mente esos minutos previos. Después de la convivencia en la casa de unos amigos, decidimos hacer el regreso a casa caminando, la distancia era relativamente corta, pero con un par de tacones, ya no parecía de esa manera. Noé se percata de mi incomodidad. “¿Quieres tomar un atajo?” Le dedico una de mis miradas sarcásticas, él sabe que no soy fan de desviarme del camino, sobre todo por la noche, pero un trueno retumbando en el cielo, me hace cambiar de opinión. Eso solo puede significar que comenzará a llover dentro de poco, y lo último que quiero es mojarme y pescar un resfriado. Él arquea una ceja, y puedo vislumbrar el triunfo en su sonrisa. “Está bien, vayamos por tu atajo, pero si nos perdemos es tu culpa”. Me toma de la mano, y me guía al laberinto de andadores y callejones de la colonia. Es oscuro y el aíre se siente más frío de lo normal. Las primeras gotas comienzan a caer, y siento un metal helado en mi nuca. Me quedo congelada, con las palabras que quiero gritar, atrapadas en la garganta y el aire calando los huesos. Noé sigue caminando, y diciendo algo sobre la comida. Gira para verme, buscando una respuesta a su comentario trivial. Sus ojos se hacen enormes. Yo estoy como una estatua, lo miró fijamente, el corazón me late a mil por hora. La presión que siento, aumenta, obligándome a caminar hacia adelante. Una figura sale de las sombras, es un chico que trae puesta una sudadera negra, su rostro sigue oculto tras la capucha. Las ramas de los árboles, se mueven de un lado al otro, dibujando siniestras formas en la negrura.
No habla, nos da indicaciones con el movimiento de su mano, sosteniendo el arma hacia nosotros. Noé está tratando de negociar con él, por alguna extraña razón, no puedo escuchar nada. Estoy en modo automático. Le entrego mis pertenencias, aunque no me haya hecho alguna señal para que lo haga; nuestras carteras y celulares quedan entre nosotros. Él se agacha para tomarlos, sin dejar de apuntarnos la boca fría del arma, lista para escupir el fuego. Parece que se mueve en cámara lenta. Noé pierde la paciencia. “¡¿Qué más quieres?!, grita exasperado. Él chico se tambalea un poco al levantarse, y dispara un tiro al aire. Me cubro los oídos, pero el sonido me retumba dentro de la cabeza. Noé sale corriendo detrás de él. Todo comienza a verse borroso, hasta que todo desaparece.
Karla, ¿puedes escucharme?, es la voz de Noé. Comienzo a abrir mis ojos poco a poco, y me descubro recostada sobre un sillón muy cómodo, pero en un lugar completamente desconocido. Una mujer entra a la estancia, con una taza de té, por el aroma, intuyo que es manzanilla. “Salí a ver qué ocurría en cuanto escuché el disparo”, me dice, con una suave sonrisa en su rostro, está sinceramente preocupada por mí. Noé me ve desde el otro extremo del lugar, su semblante esta relajado ahora, no se compara en nada, con el que se enfrentó a una persona armada. “Se quedó contigo hasta que yo regrese, estabas como ida. No alcance a atraparlo.”
Nada de eso importa ahora. No tengo palabras para expresar, lo agradecida que estoy, porque ambos estamos sin ningún rasguño, a excepción del susto.
Karen Salas
¡Muy buen relato, felicidades!
le falta trabajo al inicio, llevar al lector allí.
¡Qué fuerte!
Realmente fui capaz de sentir lo plasmado en este relato. Yo creo que de estar en una situación así, me desmayo.
Estoy muy contenta de ver tu progreso como escritora. Sé que has trabajado muy duro por tu sueño, te felicito. Sigue trabajando en él.