Argumento
Davi, en medio de una pandemia, está atrapada en el extranjero sin poder volver a su país hace más de mes y medio. Sin trabajo y sin ninguna otra ayuda económica, ni de su consulado, está a unos días de quedarse en la calle. Tratando de ver la forma de pagar sus cuentas, la vida le dará un giro inesperado…
Trama riguroso
1. Tomo el taxi de regreso del hotel a mi departamento.
Subo las maletas, esperando que uno de los cónsules salga y me digan: “quédate”. Recuerdo todo lo que les dije de mi situación actual detalladamente. Nadie sale. Subo al taxi y me siento en la parte posterior del auto.
2. En la ruta de vuelta al departamento
Tengo un pequeño dialogo con el taxista. Llamó a la administradora de mi edificio. Consigo mis llaves de vuelta.
3. Entro al departamento.
Me tiro en el sillón a llorar. Hablo con mi sillón. Y me pongo a pensar en mi situación.
4. Recibo una llamada a WhatsApp de Mika
Contesto. Mika me dice el motivo de su llamada. Le cuento mi situación actual. Él se ofrece a prestarme dinero. Yo no quiero aceptar, pero logra convencerme.
5. Recibo el dinero
Reviso mi cuenta bancaria. Estoy feliz porque me doy cuenta que puedo cubrir mis gastos más tiempo.
Texto
Apoyaba al taxista a subir mis maletas al auto mientras observaba de reojo la puerta del hotel, tenía la leve esperanza –como en las películas– de que algún representante de mi consulado salga al último minuto y me diga: “¡Te podemos ayudar!”.
Les había explicado todo: desde el momento en que mi programa de trabajo fue cancelado porque cerraron todos los hoteles en la playa, por lo que tampoco contaba con un seguro médico; mis cancelaciones de vuelos y eventos sin que me retornen el dinero; que ya no tenía para pagar el siguiente mes de renta, y que mi dieta jamás había sido tan severa; iba más de mes y medio viviendo solo de mis ahorros. Y aún así la respuesta fue negativa.
Jamás salieron. Subí al taxi resignada, me senté en la parte trasera del auto y al ver mi reflejo en el retrovisor sentí pena de mí misma.
–¿Se encuentra bien, señorita? –preguntó el taxista arrancando el auto.
–Mi país está cerrado, señor –le respondí sacándome la mascarilla de la boca y las manos aún temblándome de la impotencia–. No puedo volver a casa y no sé qué comeré mañana.
–Que su embajada la ayude. –me dijo viéndome con ojos de padre.
–Acabo de estar con ellos toda la tarde… y aquí estoy… sin nada.
Pude encontrar más consuelo en ese señor que de cualquier otra persona en todo ese día. Pero no podía seguir hablando con él, tenía que buscar dónde me quedaba esa noche. Llamé a la administradora de mi “ex” edificio para pedirle que todavía no cierre mi contrato y poder usar los últimos días de renta que me quedaban. Ella accedió. Cuando tomé de vuelta las llaves del departamento sentí alivio, porque al menos tenía un lugar dónde llorar esa noche.
Entré al departamento, y solo tuve fuerzas para tirame en llanto en el sillón. Luego me escuché a mi misma diciéndole: “¿Cuánto pagarían por ti?” Y recordé que ni ese sillón me pertenecía. Me quedé por horas ahí viendo el techo, pensando en todos los “cómos” y los “por qués” de mi situación… y me interrumpió una llamada de WhatsApp. Era uno de mis mejores amigos de Inglaterra. Luego de su quinta llamada…
–¡Hey!, Mika –contesté–. No puedo hablar ahora, lo siento.
–¡Davi! –respondió alarmado– Aquí son casi las 5 a.m.. Soñé contigo, ¿te sientes bien?
Creo que fue el que me diga que estaba en sus sueños o porque fue la primera persona con la que hablé después de mi mal día, pero mi corazón se afligió tanto y me desahogué. Le conté absolutamente TODO, desde mis pronósticos económicos hasta el querer atravesar el celular y abrazarlo. Después de escucharme pacientemente, se limitó a responderme:
–Dame tu información bancaria.
–¡Oye! –le respondí– Ni se te ocurra querer prestarme dinero porque no sé ni cuándo te podría pagar de vuelta…
–Confío en ti, “D” –me interrumpió, con la seguridad que a mí tanto me hacía falta–. Lo único importante ahora y como siempre, es que estés bien.
Para las personas testarudas como yo, que se les cierra la garganta cuando se trata de pedir ayuda y más si es económica, a Mika le tomó buen rato convencerme de aceptar su dinero. Fue la primera vez en mi vida que aceptaba una ayuda así de alguien que no hayan sido mis padres.
Al día siguiente, volví a derramar lágrimas, pero esta vez de felicidad y agradecimiento. Tenía lo suficiente en mi cuenta bancaria para estar segura hasta que se habilite volver a mi país, tal vez, en otro mes y medio.
Y tal vez, la vida sí es una película después de todo.
Davi, aun no uses diálogos, espera a que desarrollemos la herramienta.
Relee el libro en relación a esquema riguroso.