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Reto 12. Ladrón amado

Argumento:

Saranyi es una niña de diez años. Nació en el seno de una familia de clase media baja y disfuncional. Junto a su madre y hermano, deberán reponerse a la crisis económica que los azota. Su casa ha sido saqueada por ladrones. Dos vecinas han decidido ayudarlos. Los alimentan mientras se reponen. Desesperados, buscan la dirección Divina. Dios escucha su oración y les muestra la salida. 

Trama situacional:

  1. Frenta a la puerta de la casa. La llamada de la vecina nos advierte. La casa estaba vacía. 

  2. El ladrón. Nuestro padre fue el ladrón. Aceptamos los hechos.

  3. Desolación. Sentimientos encontrados nacen en mi interior. 

  4. Ayuda de vecinos. Vecinas se turnan para darnos de comer. Quince días dependiendo de otros.

  5. Unidos en oración. Decidimos orar en familia para encontrar una solución. 

  6. Papeles de propiedad. Mamá encuentra los papeles de una finca pequeña que papá recientemente había pasado a su nombre. 

  7. Venta de la propiedad. Mamá vende la finca a una pareja de recién casados por una suma muy inferior al valor real. 

  8. Alegría. Amueblamos la casa nuevamente. Cubrimos los pagos atrasados y salimos adelante.

Esquema riguroso:

  1. Frente a la puerta de la casa. Todo se veía como siempre. No había portones abiertos ni cerraduras forzadas. El jardín estaba limpio. Las plantas y cactus en su lugar. Los perros estaban tranquilos. De no ser por la llamada de la vecina, no sospecharíamos del saqueo. Mi hermano y yo nos tomamos de la mano. Mamá abre la puerta principal. El corazón se me quiere salir. La casa está vacía. 

  2. El ladrón. Extraña manera de robar. Había algo sospechoso en todo. Mi madre nos tuvo que confesar. El ladrón había sido mi papá. En el fondo sospechaba de él. Recordé la terrible pelea de la madrugada. Un padre no debía hacer algo así. Pero él lo había hecho.

  3. Desolación. No lloré. Sentía una honda tristeza, desolación. Estaba en shock. Mamá dijo que él no tenía la culpa de ser así. Siempre será mi padre. Lo excusé con esa declaración. Soñé verlo regresar todo lo que nos quitó. Quería una explicación. Mi madre nos dijo que estaríamos bien. Ella lo iba a resolver.

  4. Ayuda de vecinos. Dos vecinas de enfrente nos ayudaron muchos días. Entre ellas se turnaban para darnos de comer. Conocidos y familiares nos llevaban víveres. No recuerdo pasar hambre ningún día. Mi mamá ganaba 80 dólares mensuales. El crédito no daba para sacar otro préstamo. Algo debía hacer para salir de esto. No podíamos continuar así.

  5. Unidos en oración. Habían pasado unos 15 días. La escuela estaba por comenzar. Aún dormíamos en un colchón. Decidimos unirnos en oración. Necesitábamos una señal de Dios. Queríamos una solución. Arrodillados en la sala imploramos por una salida. Nos abrazamos. Sentimos paz y pudimos descansar.

  6. Papeles de propiedad. En la mañana mi madre decidió revisar unos papeles. Yo quise ayudarle con las cajas. No buscábamos algo en específico. Me dediqué a sacar y preguntar qué servía y que no. Ella encuentra algo que cambia su rostro. Me lo muestra. Está feliz y grita que ya tiene la solución. Son los papeles de una propiedad. Están a nombre de ella. Mi papá hacía unas semanas le había traspasado el lote. Y ella lo vendería. Agradecimos a Dios su respuesta.

  7. Venta de la propiedad. Mi madre se movió entre sus contactos. Pronto tenía comprador. Era una pareja de recién casados. Tenían el dinero para cancelar de inmediato. La venta se realizó. Mi madre estaba feliz. Nos contagiamos de la alegría de mi madre. 

  8. Alegría. A los pocos días la casa quedó amueblada nuevamente. Me sentí alegre de volver a comer la comida de mamá. Ella había cumplido su palabra. Estábamos bien. En la casa se respiraba otro ambiente. Uno lleno de armonía y paz. 

     

Relato: 

Todo se veía como siempre, pero yo caminaba tensa y despacio. Sentía que mis pies pesaban más de lo normal. No había portones abiertos ni cerraduras forzadas. El jardín estaba limpio; las plantas y cactus en su lugar. Los perros estaban tranquilos. De no ser por la llamada de la vecina, no sospecharíamos del saqueo. Mi hermano y yo nos tomamos de las manos, se sentían frías al contacto. Estábamos perplejos mirando la puerta principal. Los movimientos de mamá parecían enlentecidos. Por fin, metió la llave en la intacta cerradura y giró. Dejé de respirar unos segundos cuando, por fin, abrió la puerta. El corazón se me quería salir. La casa estaba vacía. 

Pensé que era un robo extraño, no parecía obra de comunes malhechores. Había algo sospechoso en todo. No forzaron puertas ni ventanas, sacaron estufa, microondas, camas, lavadora ¡A pleno día! Solo una vecina llamó para advertir a mi madre, pero no a la policía. Yo, tan solo, era una niña de 10 años, pero no creí esa historia. De tanto preguntar, nuestra madre nos tuvo que confesar que, el ladrón, había sido nuestro papá. Sentí una explosión dentro de mí, algo se derrumbaba en mi interior. Tenía miedo que mi madre confirmara mis sospechas, como lo acababa de hacer. Recordé la terrible pelea de la madrugada y se me hizo un nudo en la garganta. Mi mente infantil trató de entender lo sucedido, pero nada calmaba mi llanto interno ¡Soy su hija! Mi hermanito y yo no tenemos la culpa de sus problemas de pareja ¡Un padre no debería hacer algo así! Pero, él lo había hecho.

No lloré. Me sentía hundida. Al igual que la casa, yo había quedado vacía. No lo expresaba con lágrimas, me volvía más reflexiva y preocupada. No jugaba, andaba más pendiente de mi hermano y de mamá. Ella me dijo que él no tenía la culpa de ser así, y que siempre sería mi padre. Lo excusé con esa declaración. Una noche, soñé que lo veía regresar todo lo que nos quitó ¡Quería una explicación! Mi madre nos dijo que estaríamos bien, que ella iba a resolver. 

Mientras tanto, dos vecinas, de enfrente nuestro, nos ayudaron durante muchos días. Entre ellas, se turnaban para darnos de comer. Algunos conocidos y familiares nos llevaban víveres. Me sorprendía ver cómo, cuando escaseaba algo, tocaban a nuestra puerta justo con lo que necesitábamos. No recuerdo pasar hambre ningún día. A pesar de esto, sabíamos que no podíamos continuar así. Mi mamá ganaba 80 dólares mensuales como técnico en enfermería; le descontaban la casa. El crédito no daba para sacar otro préstamo. Algo debía hacer para salir de esto.

Habían transcurrido unos 15 días y aún no seguíamos en la misma condición. Una de las vecinas nos prestó un fogón eléctrico que no permitía cocinar mucho. Aún dormíamos en un colchón los tres. Las vacaciones se estaban terminando, y  la escuela a punto de empezar. Con todo esto precipitándose, decidimos unirnos en oración. Necesitábamos una señal de Dios, que nos diera una solución. Arrodillados, en la sala, imploramos por una salida. Las lágrimas de mamá me conmovieron y, su súplica, me reveló su impotencia. Nos abrazamos largamente, permitiendo sentir el ritmo de nuestros corazones al unísono. Sentimos paz y pudimos descansar confiados.

A la mañana siguiente, mi madre decidió revisar unos papeles que guardaba en cajas. Yo quise ayudarle y, ella, accedió. No buscábamos algo en específico, así que, me dediqué a sacar y preguntar qué servía y qué no. Después de amontonar varias páginas inservibles, ella encontró algo que cambió su semblante. Con entusiasmo, me lo mostró. Yo no entiendo nada, pero ella está feliz, y grita que ya tiene la solución. Cuando se tranquiliza, logra explicarme que son los papeles de una propiedad y que están a nombre de ella. Mi papá, hacía unas semanas, le había dicho que traspasaría el lote a su nombre, pero ella no le creyó ¡Ahora lo tenía en sus manos y era cierto! Me dijo que lo vendería y así podríamos reponernos. En ese mismo instante, agradecimos a Dios por su respuesta.

Mi madre no perdió el tiempo, inmediatamente se empezó a mover entre sus contactos. Muy Pronto, ya  tenía comprador. Era una pareja de recién casados que ansiaban un terreno para construir su nuevo hogar. Tenían el dinero para cancelar de inmediato; por lo tanto, la venta se realizó sin dificultades y en el momento oportuno. Mi madre nos contó sobre la venta, estaba rebosante de felicidad. Nos besaba, abrazaba, dábamos brincos juntos, contagiados de su alegría. 

A los pocos días, la casa quedó amueblada nuevamente. Por fin sentimos la calma después de la tempestad; sentados en la nueva mesa, saboreando la comida de mamá. Ella había cumplido su palabra ¡Estábamos bien! Y en la casa se respiraba otro ambiente; uno, lleno de armonía y paz. Esos días me enseñaron a valorar que,lo poco o mucho que tenga, en familia se disfruta mejor. 


-Saranyi Drisselley-

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