Argumento:
Tras una inversión fallida, Eduardo se las deberá arreglar para sobrevivir a sus deudas y acreedores para no terminar en la cárcel.
Trama y Esquema Riguroso:
1) Pérdida monetaria: En el banco. Pérdida total de dinero.
1.1) Banco: Nervioso, esperando. Recibí un email y no logro comprenderlo. Necesito explicaciones. Me llaman, es mi turno.
1.2) Inversiones: La información del asesor es clara. Perdí toda la inversión, tampoco califico a nuevos créditos a corto plazo. Me retiro preocupado, no tengo dinero.
2) Deudas que asfixian: Préstamos y tarjetas. Problemas crediticios.
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2.1) Acreedores: Comienzan las llamadas, hay algunos conocidos que quieren que les pague. Doy evasivas y prometo pagarles. Se incomodan, creo que pierdo amigos.
2.2) Tarjetas: Gasto el efectivo para continuar mi vida hasta que tengo que usar tarjetas de crédito. Llego al tope y amenazan mi historial crediticio. Podrían denunciarme.
3) Reajustes financieros: Restricciones. Inicio de pago de deudas.
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3.1) Transporte: Auto en la cochera. Uso transporte público: sudor, mucha gente, incomodidad. Hay días en que debo caminar.
3.2) Diversión: Sin salidas ni restaurantes. Compro en el mercado, es incómodo pero más barato.
3.3) Pago: Lo que me sobra de mi sueldo lo destino a pagar deudas.
4) Nueva estabilidad: Deudas saldadas. Reprogramación financiera, lecciones aprendidas.
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4.1) Deudas canceladas: Después de algunos meses estoy al corriente, aunque sin ahorros, viviendo del día.
4.2) Término y lecciones aprendidas: Inicio un presupuesto propio e inversiones medidas solo con capital propio y no de terceros.
Texto:
Esperaba en la fila, sudoroso, con una presión rígida sobre la sien y las manos frías dentro de los bolsillos. El email que había recibido era poco claro y la única manera de saber la verdad era en el mismo banco, así que allí estaba. Apretaba la hoja impresa que había llevado de manera compulsiva y rechinaba los dientes; necesitaba explicaciones. Al fin, la señorita dijo mi nombre y me acerqué. Tomé asiento y en cuestión de segundos mi pesadilla se convirtió en realidad.
Lo perdí todo.
Aposté mi dinero a una inversión “casi segura” y morí en el intento. Los primeros ahorros de mi flamante trabajo se habían desvanecido ante mis ojos, todo por un cálculo precipitado y un riesgo poco medido. La amable asesora sostenía una sonrisa protocolar mientras me hundía el puñal con palabras y sentencias frías: las inversiones se habían ido a la baja, me quedé sin capital y no calificaría para préstamos en el corto plazo. Mi entorno empezaba a girar y empecé a tomar aire en pequeñas bocanadas. Negaba para mis adentros, no podía ser, era imposible… Tomé la amarga píldora y me levanté sin despedirme. Necesitaba huir, no tenía dinero.
Las llamadas iniciaron a las pocas horas. Algunos conocidos me reclamaban por el capital que me habían prestado hace semanas, el mismo que tendría que haber producido sus frutos para aquel momento. Santo cielo…, ¿qué haría? Apenas tenía dinero para comprar algunas de las medicinas que usaba y un poco de comida, así que me limité a prometerles que les pagaría en cuanto tuviera los intereses en mano, que era una inversión segura, que todo estaba en orden y no tenían de qué preocuparse. Intentaba modular mi voz llamada tras llamada, conversación por conversación. Terminaba con entonaciones optimistas y risas falsas, recibiendo reproches y tonos ásperos. La voz de mis amigos se convertía poco a poco en la de mis acreedores. Abría y cerraba los puños mientras hablaba con ellos, disimulaba entusiasmo y cortaba en cuanto me era posible.
La sudoración en mis manos me acompañaba a cada compra de remedios y comida. Apretaba las mandíbulas cada vez que asistía a alguna tienda, a un restaurante, a la gasolinera… Sentía que en cada billete que entregaba se iba un poco de mi propia vida, hasta que bajo esa lógica tuve que empezar a empeñarme: abusé de las tarjetas de crédito. Miraba el calendario avanzar esperando la semana de pago mientras sobrevivía día tras día. Respiraba profundamente y seguía con mi rutina, hasta que sin darme cuenta llegué al tope de mi línea crediticia y una lluvia de correos no se hizo esperar: tenía saldo en contra, me reportarían, o pagaba o me denunciarían… Ya no podía seguir como si nada, mi castillo se derrumbaba y si no lo asumía podría terminar en la cárcel. Para ese entonces el sueldo de mi quincena ya estaba en mi cuenta, así que llegué a casa y me eché sobre mi cama inhalando a profundidad y apretando los párpados hasta el límite del dolor. Hacía cálculos y respiraba pausadamente, tal vez aún tenía una opción.
Desde ese lunes mi auto quedó en el garaje, no podía seguir gastando en gasolina. Las rutinas de transporte público se hicieron tortuosas y eternas: el olor a sudor seco sobre piel grasosa, el roce de extraños a lo largo de mi espalda, la presión en las piernas por los interminables minutos de viaje… Algunos días caminaba y terminaba en la oficina con la ropa de trabajo pegada al cuerpo, luego repetía el ejercicio hacia mi departamento. Las salidas me quedaron prohibidas. ¿Ir al restaurante? No, gracias. ¿Una partida en el club? Lo siento, hoy no puedo. ¿Pasarás por mí más tarde? Disculpa, tengo mucho trabajo. ¿Qué tal al cine? Perdona, es que esa película ya la he visto… Cambié los cochecitos y el aire acondicionado del supermercado por las bolsas, la transpiración y los empujones del mercado local. Solo así me quedaban billetes adicionales que iban a parar a los bolsillos de mis acreedores y a los estados de cuenta de mis tarjetas. No contaba con capital real, todo estaba empeñado: mi dinero, mis compras, mi trabajo, mi vida…
Por fin, en algunos meses la situación mejoró.
Las deudas desaparecían una a una. Con una gran sonrisa concluía que casi estaba al corriente, aunque no tenía un capital propio y aún tenía que vivir del día. En unas semanas la situación estaba resuelta y además había empezado a armar un presupuesto propio, junto a otro para casos de emergencia. Deseaba olvidarme del sudor frío, las palpitaciones, los dientes apretados y los dolores de cabeza. Detrás de mis acreedores volvieron a aparecer algunos de mis amigos, pero no contaba con ellos más que para las conversaciones y la sana diversión. No invertiría en algo salvo después de haber efectuado análisis minuciosos y nunca con capital prestado. Después de todo, el dinero se recupera, pero los amigos no.
Eduardo Burgos Ruidías.
Muy bien hecho. Al argumento le falta, piensa que estás vendiendo tu historia… es el primer acercamiento a ella.