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Reto 11 – Sordera.

Argumento:

Darío es un joven normal, pero con un problema auditivo que le complica relacionarse con los demás. Un día decide contárselo a su amiga, para encontrar una vía que le ayude a solucionar su dificultad.

Trama:

—Rechazo en la entrevista: Darío asiste a una entrevista de trabajo, pero tras no poder escuchar una pregunta es rechazado inmediatamente.

—El almuerzo: Tras la esperada situación, acude al restaurante de su única amiga de la universidad para almorzar.

Recuerdos: La amiga de Darío se muestra curioso por él, y decide preguntar. Darío entonces le revela el problema que tiene y cómo lo tuvo.

Sorpresa: Al terminar su relato, Darío, la joven inesperadamente le ofrece un trato sorpresa.

Desarrollo.

El día de mi entrevista de trabajo, me encontraba sumamente emocionado, nervioso y preocupado. La cita sería a las once y media. Así que mentalmente me preparé para responder a las preguntas que podría hacerme el reclutador. Sin recordar acaso, que tenía un problema auditivo. Pues ni modo, era medio sordo.

Estuve en las oficinas administrativas media hora antes. Esperé sentado mi turno, y finalmente, poco después, llamaron a mi nombre que apenas logré escuchar.  

—Buenos días, Señor Pérez Darío, ¿cierto?

La mesa era ancha y larga, de más de un metro de distancia entre mi entrevistador y yo.

— ¿Disculpe? Ah sí, sí —le respondí nerviosamente. Por debajo de la mesa me tronaba los dedos, tragué un poco de saliva. Y me incliné hacia el entrevistador.

—Hábleme de usted —dijo el ejecutivo con amabilidad. Su voz era suave y bajo.

—Eh, sí, sí —sutilmente acerqué un dedo en mi oído izquierdo y realicé un masaje instantáneo. El hombre me miró extrañado —. Tengo veinte años, terminé la secundaria en el Colegio Nacional, y actualmente curso el quinto ciclo de la carrera de contabilidad. Soy un chico responsable y trabajador, con facilidad de la palabra pero… —me quedé en pausa, ¿le diría mi principal problema?

—Pero qué, joven Darío.

—Pero, vivo lejos —agregué.

— ¿Qué? Ok, ahora, le haré otra pregunta. Cómo bien sabes usted, esta es una empresa dedicada con altos estándares de crecimiento en el mercado, y necesitamos de personal muy atento en cada una de nuestra áreas, y principalmente en el área que usted postula —asentía en lo que iba diciendo, pero mi audición se perdía en un eco profundo al vacío. ¡Oh no! Me incliné hacia él casi exageradamente y se dio cuenta.

— ¿Le pasa algo, jovencito?

—Lo lamento, es que quería escuchar la pregunta. ¿Podría hablar un poco más alto?

— ¿Perdón? ¿Acaso le dificulta escucharme?

Era momento de ser honestos. Volví a sentarme.

—Sí, señor —le contesté apenado—. No puedo escuchar con claridad a más de un metro de distancia.

—Entiendo. Déjame ir un momento al baño, ¿le parece?

Asentí. Aquella era una excusa ridícula para zafarse de mí. Después de un rato, no mucho, ingresó nuevamente el ejecutivo y se sentó encima de la mesa en frente de mí.

—Señor Darío —dijo el hombre nuevo que acababa de entrar—. Analizando muy bien las cosas, he llegado a la conclusión de que no podemos contar con usted. Lo lamento mucho.

¡Así de duro, fueron conmigo! Ni modo, era de esperarse. Agradecí al ejecutivo por la oportunidad y me fui, devastado y con ganas de volarme la cabeza. Realmente necesitaba ese empleo, pero mis oídos, mis estúpidos oídos no me lo permitieron.

De camino a casa sentí hambre. Me rugía el estómago. Mi madre no haría el almuerzo hasta las dos de la tarde. De modo que, había un solo lugar al que podía ir y que me quedaba cerca. El restaurante de mi amiga Lucero.  

En cuanto llegué, ella estaba en la barra del barman, le lancé un gritó sorpresivo a lo que ella se inmutó sonriéndome.

— ¡No hagas eso! Malo.

—No puedo evitarlo cuando te veo distraída.

—Tonto, ¿qué te trae por aquí? ¿Almorzarás o solo vienes de visita?

—Ambas.

Pedí un lomo saltado.

—Te noto preocupado. ¿Pasó algo? —me preguntó Lucero.

—Sí, pero no es nada importante.

—Insisto en que me cuentes.

Lucero, era mi compañera desde el primer año, pero fue hasta el segundo en que me acerqué a ella para socializar. Y desde entonces, hemos ido cultivando una bonita amistad. Era dueña de ese atractivo y turístico restaurante, con un piso brillante y paredes blancas con retratos en blanco y negro de Al capone, el mafioso italiano. Y cerca de mí, los plantones de sábila, y ella, a más o menos cincuenta centímetros de distancia.

Nunca supo de mi sordera, nunca se lo dije y nunca me lo preguntó. Además, siempre podía escucharla porque permanecía cerca de ella.

—Me rechazaron en una entrevista de trabajo.

— ¿Y eso, por qué? Si tú eres muy bueno en lo que haces.

—Es que el problema no es lo que yo sé, sino lo que tengo y me complica ejercerlo al cien por ciento.

— ¿A qué te refieres? ¿Qué es lo que tienes?

—Te lo contaré. Pero no te vayas a burlar de mí ah.

—Lo prometo.

—Cuando tenía siete años tuve un accidente mientras me bañaba en la lluvia. Mi madre me había dado permiso para salir a la calle, con la condición de que no me alejara de ella. Y yo, no hice caso, como todo niño, ya sabes. Tenía una botella de plástico que imaginariamente lo usaba como botecito. Y lo dejaba navegar en los caños al borde de las calles. Perseguía mi navío alegremente hasta que se desvió a una cuneta con fuertes corrientes de agua colore ocre, más aun la lluvia que no cesaba lo potenciaba. Intenté salvar mi bote cuando parte del suelo donde pisaba se desplomó y caí al agua. Recordé en ese entonces, que aquel caño pasaba por un enorme túnel de fierro oxidado. Nadie de mi barrio al parecer, me había visto caer. No sabía nadar. Y el túnel me absorbió por completo. Todo era obscuro. Luché desesperadamente por salir a la superficie, porque me estaba ahogando. Buscaba con suerte alguna saliente donde asirme para no ser llevado por la corriente, pero lo único que lograba tantear era el interior del túnel por todos lados. No pude más y perdí la conciencia. Poco después, con la visión borrosa alguien me tomó en sus brazos y me sacó del precipicio donde había caído. Las gentes estaban aglomeradas alrededor mío y al hombre que me había salvado. Más tarde, en casa, todo mi cuerpo estaba lacerado. La piel rasgada, mis dedos y mis uñas completamente destrozadas por el esfuerzo que había hecho dentro del túnel. Pero sobre todo, algo no andaba bien. Mi madre parecía murmurar mientras me curaba las heridas. Fue ahí cuando me di cuenta, que había perdido el sentido del oído. Le dije a mi madre que, no la escuchaba. Se asustó y revisó dentro. Estaba sucio y aun así, después de limpiarlo, no lograba escucharla con claridad. Desde entonces, acudimos innumerables veces al médico y el resultado fue, que tenía el tímpano dañado. No puedo escuchar claramente a más de un metro.

— ¡Guao! ¿Por qué nunca me lo contaste?

—Creo que por vergüenza.

— ¿Y cómo has hecho para sobrellevarlo todo este tiempo? es decir, en las clases.

— ¿Por qué crees que me sentaba delante de todos? Siempre me he sentado adelante.

—Ahora tiene sentido. Pero a simple vista nadie podría darse cuenta —comentó Lucero, enternecida. Asentí.

Sonó un timbre, la comida estaba lista. Lucero se acercó con la comida y lo puso en mi mesa (la barra).

—Oye, te lo iba a pedir antes, pero creo que ahora es el momento, ¿Trabajarías conmigo llevando la contabilidad de mi negocio?

 

 

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romina
2 años desde

Recuerda la extensión. Dijimos no más de una cuartilla.
El argumento le falta, no atrapa, pon la lupa en lo esencial (relee el reto en el libro)
El relato muy bien llevado.