ARGUMENTO:
Dolor, fiebre, pero sobretodo ansiedad. La tranquila vida de Frescia se ve alterada de pronto por una extraña enfermedad. La ciencia no lo explica del todo, el alivio no llega. Resistir parece ser la única opción.
TRAMA:
1. HALLOWEEN DE TERROR. Los síntomas se agravan esa noche. Intento dormir pero no puedo. Busco ayuda de mi hermano. Reacciono extrañamente.
2. RECUERDO DE SÍNTOMAS. Rememoro días anteriores y cómo llegue ahí.
3. CITA EN EL HOSPITAL. Pasando los feriados voy al médico. Recibo medicamentos para paliar los síntomas, mientras ordenan más estudios. Desánimo.
4. CONSULTA A UN BRUJO. Por su creencia, mis padres consultan a un curandero. A su juicio tengo un daño por un ex. La noche siguiente, hacen una ceremonia.
5. DIAGNÓSTICO MÉDICO. Los días pasan. Por fin tengo todos mis estudios. El diagnóstico es gastritis e hígado graso; tratamiento con fármacos y dieta estricta.
6. ESTABILIDAD RELATIVA. Los físicos desaparecen; lo demás no.
7. VIAJE A CASA. Viajo a mi ciudad natal. Visito al curandero. Ceremonia de limpia.
8. ALIVIO. Después de unos 40 días, logro tranquilidad. Agradecimiento.
DESARROLLO:
Recuerdo el dolor aplastante en mi cabeza, la temperatura que subía en mi interior, y sobretodo, esa sensación tan extraña de no estar dentro de mi cuerpo.
Era la noche de Halloween y vivía mi propia película de terror. La mayoría de mis conocidos disfrutaban en alguna fiesta de disfraces; yo me quedé en casa sintiéndome mal. Intenté trabajar pero me fue imposible concentrarme. Me sentía cansada, caliente, adolorida, y con el corazón agitado sin motivo. Decidí acostarme.
Mas el descanso no llegó. Quedé sumergida en ese estado entre la vigilia y el sueño: mi cuerpo se adormecía, mi mente estaba cada vez más aguda. Quizás era la fiebre que me hacía alucinar, pero podía jurar que las energías de la habitación me tocaban. De pronto, tuve la sensación de caer en un pozo y atravesar el colchón. Me asusté. Obligué a mis músculos a moverse y salí de la habitación para buscar a mi hermano.
Él vivía dos pisos más abajo en el mismo edificio. No sé qué aspecto tenía que lo asusté al abrir la puerta. Como un “zombie” me dejé examinar y bebí agua. No reaccionaba y mi hermano no sabía qué hacer. Impotente, solo atinó a rezar. Mientras oraba, estallé en llanto sin razón alguna y poco a apoco mis sentidos volvieron. Rarísimo. Me quede ahí a pasar el resto de la noche.
Llevaba varios días sintiéndome mal. Comenzó con lo que parecía ser una gripe común a la que no le hice mucho caso. Siempre fui algo descuidada con mi salud. Compré pastillas para resfriados que no ayudaron. Empeoraba poco a poco. Extrañamente, los síntomas eran más notorios durante las noches. Malestar corporal, un poco de fiebre, dolor de cabeza y nada de apetito. Me auto mediqué por días esperando que no fuera importante, hasta esa noche que me obligó a reaccionar.
Después de los feriados fui al hospital. Tenía que ponerle fin. Le conté al médico lo que había sentido, pero de entrada no dio un veredicto: las causas podían ser muchas. Me dio algunos medicamentos básicos por el momento y me envió a hacerme muchos exámenes.
Ir al seguro de salud pública era un caos. No había citas disponibles para laboratorio, tenía que esperar muchos días para realizar los estudios y los resultados demorarían aún más. Regresé a casa algo cabizbaja.
A mis padres les había contado lo que me pasaba en las llamadas diarias. Estaban preocupados, ahora más sabiendo que aún no tenía respuestas del médico. Decidieron hacer sus consultas por su lado. Esa tarde fueron a ver un curandero para saber a qué me enfrentaba. Mi suerte fue echada en unas cartas y se evidenció un “daño”.
La historia era así: Un amarre que me había hecho una ex pareja salió mal. El lazo se había roto después de “trabajarme por mucho tiempo”, por eso ahora me estaba afectando sobremanera. Debían limpiarme.
Yo me resistía a creerlo, ¡era obvio que perdían su dinero! Pero mis papás se empeñaban en hacer algo por mí, y quizás eso los dejaría tranquilos. La noche siguiente, fueron a verlo de nuevo. Realizaron una ceremonia que debía ayudarme a mejorar, aunque no rompería el lazo hasta que fuera personalmente a curarme.
Por otro lado, yo continuaba con mis análisis de sangre, de orina y ecografías completas. Después de mucho tiempo, por fin había reunido mis resultados para volver a consulta. El diagnóstico no fue alentador: Gastritis e hígado graso, al parecer agravados por lo que había estado tomando sin receta. El doctor me ordenó un tratamiento con una larga lista de fármacos y me derivó a nutrición. Tuve que apegarme a una dieta estricta, complicada de cumplir por mi estilo de vida y recursos.
El alivio físico fue llegando, pero aún no me sentía bien. Tenía un sueño desordenado en las noches, plagado de pesadillas y despertares nocturnos. Un peso inexplicable en mi pecho crecía y me hacía sentir más sola que nunca. Continuaba con mi rutina a pesar de que no me sentía yo misma.
Como un mes después, bajo la presión de mis padres y la lucha por conseguir vacaciones, me di el tiempo de viajar a mi ciudad natal. Para mí, era una oportunidad de consentirme al lado de mi familia para mejorar mi ánimo; para ellos, tenía que completar mi cura.
Acepté por sus insistencias. Fuimos a ver al brujo y esa madrugada llevamos a cabo una extraña ceremonia: hierbas, rezos y muchas cosas que nunca había visto. Tuve que obligarme a cooperar a pesar de mi incomodidad.
Regresé del viaje mucho más tranquila. Poco a poco, mi rutina volvió a la normalidad: trabajo, casa y descanso. Unos 40 días habían pasado.
¿La enfermedad había cedido por fin al tratamiento médico o algo tuvo que ver toda esta experiencia sobrenatural?
Nunca lo supe exactamente, fue un poco raro todo. Quizás solo se trataba de un acumulado de coincidencias. Sin embargo, desde entonces no dejo de recordarme que la salud no está comprada. Debemos cuidarnos y ser agradecidos. No se sabe cuándo ni cómo, tu vida normal puede cambiar y quedar inmerso en tu propia película de terror.