Sábado por la mañana. Un fin de semana más que me toca hacerme cargo de mi sobrina. Con la pijama todavía puesta, me dirijo hacia la cocina a preparar el desayuno. Al avanzar, una mirada curiosa me es dirigida desde el suelo. Allí está la niña de mis ojos con el cabello revuelto, al igual que el mío.
“Tía, me podrías contar de cuando eras joven”, me dice. Mientras preparo la mezcla para sus panqueques, le hablo de mi nostálgico pasado.
“Corría el 2008. En ese tiempo los jóvenes mexicanos no nos involucrábamos en nada que no fuera para nuestro beneficio. Pasábamos horas pegados a grandes máquinas, compartiendo fotografías a desconocidos, donde se nos veía solo media cara. Vestirnos con ropa entallada y llena de calaveras, tener el fleco largo y perfecto, compartir canciones tristes de bandas con nombres raros y procurar no ser golpeado en alguna plaza pública, eran el pan de cada día. La vida se nos iba en tratar de ser populares. Entre más rápido completaras las firmas de tu muro, más solicitado te ibas volviendo. ¡Qué íbamos a saber de recesión, disminución de mercado y reformas energéticas”.
“En esos momentos la tecnología no era tan avanzada como ahora que puedes compartir todo lo que quieras en un abrir y cerrar de ojos. No existían celulares con capacidades muy grandes de almacenamiento. Nada de fotos de coreanos haciendo un corazón con sus deditos, ni mucho menos videos donde no distingues a ninguno. Por eso, la popularidad de los Ipod y mp3 creció, porque hacían posible lo imposible”.
“¿Los qué? “, interrumpió. Deliberadamente ignoré su pregunta.
“Así como tú tienes Spotify, nosotros teníamos un programa llamado Ares, que nos servía para descargar música. El problema era que las canciones casi siempre tenían virus, así que te tocaba escoger: tener música en tu computadora, pero llenándola de virus o morirte del aburrimiento, esperando que tu papá dejara libre el estéreo para que pudieras escuchar el disco de tu banda favorita”.
“¿Qué es un estéreo?”, inquirió. Después me tocaría explicarle algunas cosas a detalle.
“Y para conversar con alguien no existía Whatsapp, pero sí MSN. Allí existían guiños para molestar a tus amigos y zumbidos. Eso de dejar en visto no existía. Lo malo de usar ese tipo de mensajería era que todos olvidábamos cómo escribir correctamente. Cambiábamos las “q” por las “k”, “s” por “c”. Omitíamos palabras, sustituyéndolas por una sola letra, incluso, mezclábamos mayúsculas y minúsculas a conveniencia para sentirnos más cool. Ahorita que te cuento esto me dan ganas de aventarles un diccionario a todos los que tristemente siguen escribiendo de esa manera”.
“Sin embargo, las cosas no fueron siempre dulzura. La naturaleza nos hablaba por medio de tormentas tropicales y huracanes. Las placas tectónicas jugaban tetris con nosotros; los volcanes manifestaban su ira. Para rematar, nos tocó un gobierno que prometía el cambio. Felipe Calderón estaba al frente del poder ejecutivo. Intentó remediar el desastre que dejó Fox y lo hizo mal. Un enemigo peligroso nos acechaba: el narco. Vivimos el toque de queda. Dormíamos con un ojo al gato y otro al garabato por si teníamos que correr a meternos debajo de una cama al escuchar una balacera. Los emos pasaron a segundo plano, dando lugar a narcofosas, hileras con cabezas adentro y los paseos del Chapo con protección del gobierno e iglesia, como tema de conversación”.
“Ahora que han pasado los años, hemos creado una mayor consciencia. Somos ambiciosos de conocimiento, desarrollamos una apertura de mente que nos permite ser receptivos y al mismo tiempo, manifestamos nuestra opinión, inconformidades y dudas. Aprendimos a aportar soluciones reales, no nos quedamos cruzados de brazos esperando un milagro, si es necesario vamos y conseguimos lo deseado, aunque sea a trancazos”.
Al servirle la comida a la niña, vi la sorpresa en sus ojos. Jamás me había atrevido a hablarle de esa manera. Al no obtener ningún sonido de sus labios, continué.
“Mi vida, no sé qué pase mañana. Tal vez este desastre se haya detenido; a lo mejor empeoró. Lo que sí puedo decirte es que quiero que luches, que te enfrentes a la vida con fuerza y determinación, que no tengas miedo. Defiende tus ideales, logra tus sueños. No te dejes llevar por convicciones ajenas; forma las propias y convierte tu pequeño pedazo de mundo en el lugar en que deseas vivir”, finalicé, depositándole un beso en la frente.
Muy buen relato, que enfatiza cómo han cambiado los tiempos a nivel ideológico. Muy seguido hemos llegado a escuchar y, a veces también, pensar por nosotros mismos que “las cosas ya no son con antes”, queriendo decir que todo era mejor antes, pero lo cierto es que no necesariamente todo es así.
Hemos evolucionado bastante desde aquellos entonces.
A veces esa evolución es tal que si nos descuidamos un poco corremos el riesgo de quedarnos atrás.
Por ello me parece idóneo el mensaje del final, porque siempre habrá retos grandes a la par de están evolución, y lo importante es nunca rendirse.
Muy bien llevado. Solo revisa, hay algunas oraciones que tienen errores no ortográficos, sino de redacción.