Hacía calor. El sol estaba en su máximo punto y las personas iban de un lado a otro, corriendo y aceleradas.
En el centro del pueblo, bajo el kiosco se había instalado un pequeño centro de atención donde algunos médicos recibían el medicamento que llegaba, lo ordenaban y pasaban el necesario a las mesas alineadas frente a la presidencia, donde los botiquines de primeros auxilios eran armados dentro de bolsas de plástico. Ahí estaba yo.
Apenas habían pasado dos días desde el temblor y seguíamos recibiendo noticias de personas heridas y casas completamente devastadas en Contla.
El 19 de septiembre, cuando ocurrió el sismo yo me encontraba en la escuela, y las piernas me flaquearon, mi cabeza dio vueltas y casi caigo al suelo cuando nos avisaron que el epicentro había sido en Axochiapan, Morelos.
“Morelos no, por favor”, pensé. “Todo menos Morelos”, pues ahí es dónde vivían mis abuelos y toda mi familia materna.
No fue sino hasta dos días después, cuando pudimos salir del estado, y al llegar a Quebrantadero, fue un alivio ver que todos estaban bien, a pesar de que Axochiapan estaba solo a 10 minutos de ahí.
Pasamos todo el fin de semana ayudando, mamá se integró a la brigada médica como médico de cabecera, y yo me dediqué a ayudar a empaquetar los botiquines.
Cajas y cajas de suministros llegaban sin parar, y algunos medicamentos tenían la leyenda “Fuera Graco, no ayudas, perjudicas”. Graco Luis Ramírez era el gobernador de Morelos en el 2017 y, según rumores de la gente, retenía todos los medicamentos que llegaban al gobierno por parte de otros estados y personas que querían ayudar, para pegarles una insignia que tuviera su nombre, y así se creyera que él compraba y mandaba todo. Los morelenses estaban molestos, pues él no se había preocupado siquiera en dar un solo peso para ayudar a los damnificados.
Entre cansancio, sudor y sed, mi tía, que también ayudaba a empaquetar, me preguntó acerca del nivel de tráfico en la autopista para salir de Puebla, y se sorprendió al escuchar que los autos avanzaban fluidamente, pues las cacetas estaban cerradas y tenían letreros en dónde se leía “En solidarización con el Estado de Morelos”. Esto representaba una gran pérdida económica para el gobierno, y por ello mamá decía que era solo una estrategia para luego incrementar el precio de forma exuberante.
Habían pasado ya 4 días desde el sismo, y la escuela anunció que las clases no se reanudarían sino hasta un mes después, para comprobar que no había daños mayores en los edificios.
Todas las escuelas de los lugares cercanos al epicentro, además de la Ciudad de México perdieron clases por poco más de un mes, y los maestros comenzaron a tomar medidas de enseñanza a través de plataformas de internet; sin embargo, comunidades como Contla (lugar donde se registraron los mayores destrozos y donde las personas perdieron completamente sus hogares) no contaban con ese acceso, así que profesores de diferentes zonas comenzaron a llegar a esos lugares para enseñar a los niños y que no se atrasaran con el plan educativo.
Era increíble la solidaridad que los mexicanos desmostraban, pues los temas de distinción de sexo, raza, religión, lugar de origen, preferencias sexuales, etc., se olvidaron para poder tomarse de las manos y ayudar a subir a quiénes estaban hasta abajo para que pudieran de nuevo salir a la luz.
Meses después, en las noticias se decía que el 2017 iba a ser reconocido como el año de la solidaridad y empatía. Comunidades como Contla comenzaban a levantarse y volver a sus actividades, los niños, jóvenes y adultos volvían a las escuelas y al trabajo, y todo comenzaba a brillar de nuevo.
Mamá no se había equivocado en cuanto a su predicción del cobro de las casetas, pero aún así, yo me sentía satisfecha por el gran apoyo que habíamos brindado y por todas esas sonrisas que tuve la dicha de ver.
En el centro de Quebrantadero, hay un retrato hecho de las ruinas de algunas casas caídas, que plasma a dos viejecitos que se abrazan y sonríen, bajo las palabras: De los escombros nos levantamos.
Adri Flores
Muy bien logrado tu marco