Era diciembre del 2019, las clases habían terminado y escuchaba “Tiny Dancer”. Estaba contenta porque las vacaciones se asomaban victoriosas. Había sido un año productivo, mis finanzas se habían encaminado positivamente. Aunque descubrí en ir de compras, un acto de descarga emocional y a la vez, que ser adulto podía ser agobiante. Pero permitía disfrutar con algo de libertad de esas diversiones triviales como las redes sociales y lo que internet ofrecía a manos llenas.
Desbloqueaba mi teléfono para revisar la sección de noticias, muchas se enfocaban en lo visionario que era el presidente Obrador, algo que no me fue interesante.
Tenía razones para afirmar que la vida había sido emocionante; el cine me había tenido al borde del asiento y daba las gracias por haber favorecido más la unión de mi familia. También sonreía conmovida al imaginar que Lolo se habría desocupado. Nos habíamos distanciado porque los estudios absorbían su atención. Eso no me desalentó. Porque lo volvería a ver para sonreírle y enviarle aquella lista de canciones selectas para él. Le iba a proponer que si ambos estábamos listo, nuestra amistad podía ascender. Estaba enamorada y especialmente esperanzada en su respuesta.
Detuve la música y guardé todo en mi bolso. Fui a despedirme de mis compañeras y salí tranquila porque iba aprovechar el tiempo para escribir. Ya que mi mente estaba ligera.
—Fue un buen año, fue un buen año —me repetía andando hacia la transición a un nuevo chance, que auguraba ser prometedor.
Muy bien la redacción, pero nos falta más del marco temporal.