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Querida mía. Queridita de mi alma.

No me faltan los motivos para escribirte. Si tuviese el tacto suficiente cada palabra salida de mi boca o escrita por mis dedos tendría siempre el encanto meloso que inspiras en mí, aunque me sea tan complicado expresar lo que aflora a mi interior cada que recuerdo que existes. Es como si los símbolos y sonidos que conozco no bastasen para hacerte manifiesto los latidos de mi corazón o las nobles sensaciones que me infunde tu presencia.

Ayer me pregunté a qué sabía el amor, y luego me acordé que una noche, hace mucho tiempo, hallé esa respuesta aún sin plantearme tal cuestión: el amor me sabe a ti. Fue contigo donde por primera vez en tantos años lo encontré con tanta transparencia y sinceridad; fue en ti que supe lo dignificante que es querer con infinita pasión a una persona; es contigo donde mis fuerzas no se marchitan por quererte a raudales: este sentimiento que me inspiras me engrandece y me renueva en mis instantes más lúgubres y de mayor dificultad.

Desearía que leyeras mi mente, que me arrancases el corazón con una cortada tajante para que lo observases fresco y descifraras de él todas las palabras dulces que te quiero hacer llegar, todas aquellas que se me disuelven en la boca para alegrarme la existencia por sólo evocarte en mi memoria. De todas las razones, nobles y bellas, por las que vale la pena soportar los vaivenes de la vida con tanta fortaleza eres tú, al menos, la mitad de las mías.

Cuando te conocí no deposité a tus hombros expectativa alguna. Siempre preferí dejarme llevar por el sinuoso camino, tan lleno de agraciados misterios, que se marcaba con tus pasos y se desdibujaba con tus dedos. Supe, desde el instante en que te advertí, que entre tus brazos y al centro de tu pecho encontraría el secreto inefable que tanto anhelaba, y aunque confieso que no te quise desde tal momento, a partir de entonces el afecto que te profeso va en crecimiento conforme descubro en ti una nueva faceta tras el devenir de los días, y hallo mayor motivo de adoración en las virtudes que desbordas y a las que a veces olvidas prestarles atención.

Quisiera verte ahora mismo y todo el tiempo, prodigarte de amor y acompañarte para siempre en tus días más solitarios. Quisiera yo que tus ojos nunca más se inundasen de tristeza y que se inflamase tu corazón eternamente, para que me guardes tú también una porción del amor que nace en mí: que te acompañe y nunca más sientas frío ni congojo.

Quisiera yo saberme tuyo ahora y para siempre; tenerme en tus brazos y poder admirar cada día la persona que en ti renuevas, pues descubrirte a cada instante, como he venido haciendo, produce en mí un ansia enorme por amarte de modo creciente con el devenir inasible del tiempo.

Te anhelo ahora… ayer… mañana. Suelo tener mala memoria: un día me olvidaré del mundo, pero no de ti. Tu imagen la tengo tallada más allá que solo en mis recuerdos: existes en el lento latido de mi corazón, en el calor de mi cuerpo transmitido a través de mis venas. Hay en mi piel la memoria del tacto de tus dedos y el sabor de tus labios. Aún si mañana despertase y no recordase nada del mundo que habité, me bastaría verte a los ojos para recordar que si una cosa he sido en esta tierra fue el ser dichoso, nada más por saber que te hube conocido y querido como te quiero.

Si por caprichos del destino mi cuerpo traicionase aqueste pacto y te olvidase también, empezaría a tu lado de nuevo y cada día como anhelo deshacer y rehacer el mundo contigo desde el instante en que supe que podía quererte. Ese día regresé a casa con el corazón tranquilo y la voz envuelta en fibras de seda por todas las cosas que quise decirte y no te dije: aquella noche reparé en que el alma mía quería salir de su sitio para posarse sobre tus manos y que tú la llenases de cariños y esa dulzura tan tuya que desborda tu ser. Eres el sitio y la persona con quien siempre he querido estar y nunca pude hallar sino hasta que la vida te trajo a mí, con ese nombre tuyo que contraigo y sabe a miel, que representa la inefable bondad que inunda tu corazón y que me obliga a quererte más a cada instante con tanto placer y entereza.

Eres mi orgullo. Tu fortaleza me inspira y encuentro en tu ser no sino mil motivos para adorarte hasta el final de mis días. Si la naturaleza de la vida te conduce a los instantes en donde te embargue la desolación y la tristeza, piensa en mí como ahora yo pienso en ti mientras te escribo estas líneas; piensa que en algún lugar no muy lejano del mundo hay alguien que te adora, que será tu hombro amigo y aliado para superar la adversidad. Piensa en mí como quien desde cualquier lugar del mundo vela por tu felicidad y que te sea dada la fortaleza que requieras, sin importar si debes tomarla de mi cuerpo.

A mí que me sea dado el quererte cada día más como si te descubriera por vez primera, hoy y siempre, preservando el mismo encanto y mis mismas ganas de adorarte tanto.

Dile a esa bella persona a quien escribo esto que mire su reflejo en algún lado para inundarlo de abrazos y amor como yo me muero por hacerlo a cada segundo que transcurre. Dile que el corazón se me deshace de tanto afecto por ella y por eso se lo entrego cual presente.

Le quiere quien nunca se ha cansado de esperarle,

aquel cuyo amor que profesa no hace más que acrecentarle.

Suyo.

Querida mía. Queridita de mi alma.

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