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No te lo voy a negar

Te echo de menos, eso lo sabes.

Lo sabes, así como mi nombre, el color de mis ojos, mi mayor miedo, mi más grande secreto y hasta el nombre de mi tío.

Solías pintar tus ojos con colores que ni siquiera combinaban, pero tu sonrisa les daba vida, solías tener dos líneas negras sobre ellos y cuando te mirabas al espejo sabías que no eran simétricas, pero a ti te gustaban.

Me encantabas, me fascinaba tu esencia de tormenta que devoraba todo a su paso para dejar un desorden detrás tuyo y regresar la mirada para volverlo el más bello paisaje. Aquel florero de cristal arrumbado era menos frágil que tú mientras caminabas por las noches a casa, pero daba igual al ver tu sonrisa torpe mientras mandabas un pulpo y un corazón desde tu celular y alguna excusa de porque ibas retrasada. Y ese viernes de fin de semana tirabas a volar entre risas y golpeteos con tus amigos mientras pedías una ronda más con la otra mano; para que al día siguiente tuvieras una historia que divirtiera la mesa en la comida familiar, un departamento pequeño donde las carcajadas ya no cabían.

Te echo de menos.

Te echo de menos aún más, cuando a media noche no cesas tu llanto abrazada de tu almohada, despiertas con los ojos hinchados y haces un perfecto maquillaje para cubrirlo todo; esa tormenta ya no vuelve la mirada y olvidó el cenit, ahora está fija en alerta de cualquier desconocido en la calle, aquel florero lo limpiaste y ahora es parte de un altar con flores blancas, ya no tienes que excusarte de porque no has llegado a casa y ese pulpo con un corazón rojo te hace olvidar el intento de volar un viernes por la noche, un sábado vacío, las carcajadas terminaron.

Caminas con rumbo, con firmeza y con tanta seguridad, pero aún estas buscando sanar las heridas de las que no hablas. Eres valiente, pero aquellos fantasmas clandestinos aún te hacen soñar con coraje y miedo por las noches. Tus manos ya no piden perdón, tus manos te defienden y si causas miedo, tu belleza es a la que engrandece. Solo eres una, siempre has sido una.

La sonrisa de un padre el fin de semana, un amigo sin nada lógico que decir, unos párpados caídos que pides con lágrimas en los ojos que las risas paren ya, un domingo con tres sillas ocupadas y otro día te aguarda en un par de horas.

 

No somos la de antes, pero aún te veo al espejo y te sigo amando.

 

No te lo voy a negar, nos echo de menos.

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