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Mi retirada

Estaba por llegar la hora de salida. El día se había pasado muy lento en mi trabajo. Robin, mi amigo, llamó a mi oficina. Me dijo que pasaría por mí. Sin embargo, yo tenía algunas cosas aun por hacer. Le pedí encontrarnos un poco más tarde. Al terminar mi jornada, me dirigí a la casa de mis suegros. Las cosas ya no estaban bien con su hija. Ella estaba por su lado. Yo buscaba el mío, pero la costumbre no nos dejaba soltarnos. Yo había dejado mi casa y estaba solo; mal que bien, ella y su pequeño hijo de un año eran mi compañía.

Cuando llegué a casa de sus padres, tuvimos una discusión debido a algo recurrente. Ella estaba frecuentándose a mis espaldas con algunos hombres. Cada vez me enteraba de mayores cosas y horribles detalles.

 Llamé a mi amigo, luego de una acalorada pelea. Ella me amenazó diciendo que hablaría con sus padres. Yo no estaba en un terreno favorable, ellos eran mis jefes. Mi amigo rápidamente pasó por mí, intentaba calmar mi euforia. Pero la ira e impotencia me hacían llorar amargamente. Yo no deseaba estar más con ella. Aun así, algo hería grandemente mi ego. El miedo de estar solo y perder mi trabajo, era algo que me amarraba…

Robin no sabía con exactitud mis razones de ira, por otro lado, yo como hombre orgulloso no quería hablar de lo que ocurría. Sin embargo, él parecía entender todo. Poco a poco fui contándole los detalles.

Mi amigo era apasionado por el longboard (un deporte extremo de descensos rápidos en carreteras de montaña), me invitó a practicarlo y así tal vez, poder liberarme. Cuando empezó a oscurecer, mi amigo me ofreció llevarme al apartamento. Yo accedí, pero al llegar me encontré con una pésima sorpresa. La vi a ella entrando con su mejor amiga, cargando mucho licor hacia la terraza, ignoré la situación y decidí pasar. Cuando estuve dentro, su hijo estaba en la cuna llorando, mientras ella ignoraba sus desesperados gritos, estaba con ojos desorbitados a causa del alcohol ingerido. Yo no pude soportar aquella escena. Me llené de rabia pura. La ira parecía hervir junto con mi sangre. Salí rápidamente para llamar a Carolina. Pero, las cosas empeoraron. Ambas chicas estaban inhalando cocaína, fumando un cigarro y riendo como si estuvieran en una gran hazaña. La tomé por su brazo y di un fuerte jalón. Le pregunté entre gritos cómo era posible que abandonara a su hijo por embriagarse y matar su cerebro con drogas, pero su respuesta fue cínica y fría. Dijo que era su hijo. Ella hacía lo que quisiera.

 La efervescente rabia estalló, le grité a ambas. La dos eran madres. Sin embargo, ninguna parecía tener consideración y amor por esa inocente criatura.

La halé y ella se lanzó al piso, fingiendo totalmente la escena. Gritaba pidiendo auxilio y su amiga en tono de burla se reía. Ambas sabían lo que tramaban. Alejandra era abogada, obviamente buscaban cómo hacerme daño. Muy pronto me amenazaron con la policía, pero esta vez yo no tenía miedo de lo que pudiera ocurrir.

Se dieron cuenta que estaba dispuesto a culparlas por la irresponsabilidad de sus actos.

Su amiga fue por el pequeño y lo llevó hasta su auto en brazos. Carolina le seguía con un cuchillo en mano amenazándome de muerte. Yo evitaba una desgracia. Caminé lejos, hasta saber que ya se hubiesen ido.

 Pasaron algunos minutos. Volví al apartamento, aunque no podía entrar. Estaba sin llaves. Forcé la puerta de la lavandería y logré abrirme espacio. Ya estaba decidido a irme y dejar por completo esa relación enfermiza.

 Empecé a hacer maletas. Empaqué todo lo que pude. Estaba a segundos de dejarlo todo al fin. Sin embargo, al momento de salir, el ruido de un celular vibrando llamó mi atención. Era el teléfono de Carolina. Me dispuse a revisarlo. Mis ojos vieron cosas que terminaron de ayudarme a concretar mi decisión. Fotos, vídeos y mensajes sexuales con dos hombres distintos. Fue el mayor impulso a salir de toda esa basura que me atrapaba. Pero faltaba algo por hacer. Antes de irme, definitivamente tenía que limpiar mi imagen, esa de malo que ella les había vendido a sus padres.

Llamé a la señora Patricia y le conté todo lo ocurrido tan rápido como pude, entre rabia y llanto. Ella me pidió que fuese a conversar con ellos. Al llegar, una reunión de ambiente pesado se llevó a cabo en aquella sala. Entregué el teléfono con todas las pruebas y solamente les dije que no seguiría más con toda esa farsa. Tampoco iba seguir trabajando en su empresa.

 Ellos, con miradas tristes. Avergonzados. Dijeron que el trabajo seguía siendo mío. Pero yo no quería mantener relaciones con su familia o ella. Con respeto les agradecí, aunque no acepté.

 Con la cara en alto me despedí y salí de aquella casa. Pedí ayuda a mi mejor amigo para buscar un lugar donde estar y llevar todas mis cosas. Él me hizo regresar a mi hogar, donde mi madre sin reproches y con brazos abiertos me recibió.

Las lágrimas no paraban de correr por mis mejillas, mi rostro se había convertido en un mar. Había mucha felicidad, pero la vergüenza se adueñaba de mi alma. Aquella noche dormí como no pude dormir nunca durante casi dos años. Me sentía seguro, confiado y protegido.

A la mañana siguiente un mensaje de un número desconocido apareció en mi teléfono.  Amenazas de muerte me acechaban, yo estaba seguro de quien era el autor de aquellos mensajes. Supe en ese instante que lo peor apenas estaba por venir.

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romina
2 años desde

Recuerda enfocarte en una situación, para lograr usar la cámara pedida en cada reto. No se trata aquí de contar toda la historia.