—Aunque no lo creas, yo soy como tú —comencé a aconsejarla después de haber escuchado su agonía—. Tengo los mismos miedos y algunas heridas similares, pero sobre todo tengo el mismo soplo de vida que tú. Pues, ¿Y ahora qué hacemos con los pedazos que aún nos sobran?
—No quiero entregar los pedazos que aún me sobran —interrumpió mientras secaba sus lágrimas con fuerza, como si recobrara su valor—. Ahora mis sentimientos estarán bajo un millón de llaves.
Quise decirle que no se cerrara al amor, que yo la estuve esperando desde siempre; que estuve en todas sus decepciones amorosas secando sus lágrimas, abrazándola y cuidandola por la simple razón de amarla, aún con lo que me quedaba de corazón.
—Hacerte la fuerza solo cubrirá la herida —expliqué—. Mas no la sanará.
—¿Entonces qué hago? —me preguntó al mirarme fijamente.
De sus ojos brotaban las heridas de su corazón. Aquellos brotes de dolor crean en mí otros brotes que como a ella comenzaron a salir de mis ojos. Los brotes no solo eran por la tristeza, sino por el enfado de verla sufrir. ¿Por qué no te fijas en mí? Me pregunté una y otra vez, sin embargo no tuve el valor de decírselo.
—Solo abrázame —respondí.
—Rony Ríos