Mi cielo de diciembre, a donde llevas tus pasos, mientras tus manos acarician nuestra pronta unión bajo la rúbrica sagrada de la vida y la muerte como padrinos de boda.
Hace ya muchos años que te espero, mientras disfruto tu pronta llegada, imaginando los cálidos besos que navegan indescifrable en la mar pausada de tus labios.
El amor que anida en el nido de tu pecho, en medio de esas dos hermosas palomas blancas que duermen en un sueño profundo, desde el día que naciste, bien sabes tú que Dios lo puso ahí como regalo de vida para mi persona, y solamente mi persona, porque me pertenece desde siempre.
Ya mi amor a ratos te encuentra perfecta, casi inefable, en el cielo despejado de verano, en los niños que sostienen el corazón de sus madres en las calles al caer la noche, en el aroma embriagador de una rosa roja, donde los aleteos de un colibrí de amor se detienen.
Tú y yo sabemos que el día en el que nuestras miradas se crucen otra vez en esta vida, nuestras almas recordaran ese amor eterno que nació entre nosotros desde el origen del universo.
Sabes muy bien que eres la poesía eterna que nace en la pluma del poeta en las noches estrelladas, en los días de cielo gris o azulado, en los cañaverales donde el viento gime, en el amor que fecunda el mar y la tierra.
Y yo soy el poeta que vive por la poesía naciente en la fuente inagotable de tu ser.
Cariño sabe muy bien tu corazón que estos poemas son tuyos, que nosotros somos la eterna coincidencia del poeta y la poesía.
Te escribo estas letras sin verte aun, pero sé que pronto estaremos juntos, así como lo estuvimos siempre, entonces sabrás que el oficio mío en estas tierras, no es mas que escribir solo para ti.
Y cuando la memoria te devuelva a los días de goce pintados por mis letras en vidas anteriores, nacerá el brillo iluminado en tus ojos, al reconocerme como el poeta al cual amaste siempre, para luego pactar nuestro secreto en un beso que durara hasta el fin de nuestros días, para así buscarnos en la vida siguiente y en las próximas.