1
Lunes, 14 de febrero del 2022. Ecuador. Han transcurrido un par de años desde que un virus impetuoso devastó a la humanidad. La educación cayó; todos los estudiantes abandonaron sus aulas para pegarse a un monitor. Con la llegada de la vacuna la situación mejoró y, gracias a ello, se decidió retomar las clases presenciales.
Miles de estudiantes entramos a nuestras escuelas, sin entender el gran reto que estamos a punto de enfrentar.
Mi buseta posee una gran cantidad de alumnos nuevos, la mayoría desconocidos para mí, sin embargo, entre ellos distingo a una muchacha de mirada inusual, llegamos a nuestro destino, una fila enorme nos espera en la entrada. Camino hasta el final de la multitud.
Tardo varios minutos en entrar. Los pasillos están desolados, casi sin personas, y una muchedumbre se encuentra en las canchas de básquet. Camino hacía mi grupo, una chica con coleta me saluda a lo lejos, la reconozco al instante.
—Adriel, al fin llegas —bromea Scarlette.
—Quizá tu llegaste muy temprano…
Ríe. La noto más alegre que en otros días, parece esconder algo (o alguien). Me pide que la espere. Sube las escaleras de concreto y toma del brazo a una chica de nuestra edad, de tez blanca y cabello rubio. Las chicas se paran frente a mí.
—Amigo, te presento a Saya, entró este año a nuestro colegio, es de nuestra clase. Pero en clases virtuales no encendía su cámara, por lo que es una total desconocida.
—¡Oye! —reclama.
—Hola Saya —le extiendo mi mano para saludarla—. Gusto en conocerte.
—Igual. Mucho gusto, Adriel. Tu amiga me ha hablado mucho de ti…
Sonreímos. Una voz se escucha por los altavoces, nos llama a formarnos.
Obedecemos.
2
Saya comienza a acercarse a nosotros, lo logra con facilidad; se vuelve las ruedas de apoyo en nuestra bicicleta y a medida que pasa el tiempo empieza a hablarnos más sobre ella y su pasado:
—Oigan —dice Saya rompiendo el silencio—, ¿cómo son sus padres?
—Mi padrastro es muy buena persona —dice Scarlette—, nos ama incondicionalmente a mi madre y a mí, aunque yo no sea su hija —me observa insinuando que responda la pregunta.
—Pues… Mis padres jamás se casaron, vivo con mi madre y visito a mi padre cada semana.
Saya fija su vista en el suelo, ignora su propia pregunta.
—¿Y tú? —pregunto.
—Em…—Tartamudea—. Mi padre no me da tención, es un gran empresario pero no puede manejar a su familia —su voz se quiebra—. Siempre contesta llamadas de desconocidos, pero ignora las más. No entiende cuanto lo necesito, mi madre siempre ha intentado de compensar su falta, pero es evidente la falta de una figura paterna en mi vida.
Un silencio profundo inunda la conversación, no puedo creer lo que escucho; ¿nuestra amiga tiene problemas familiares? Y, si era así, ¿por qué nos hizo esa pregunta? ¿Intentaba desahogarse con nosotros? Pienso que decir, pero no me percato de que lo único que deseaba Saya era solamente eso: ser escuchada.
Muchas personas necesitan ser escuchadas; jóvenes preocupados, adolescentes confundidos, padres angustiados por la gran carga que llevan en sus manos. A veces pensamos que pedir ayuda no es necesario, que podemos solos, pero la compañía de otros es indispensable; desahogar tus penas y derramar tus lágrimas en brazos de una persona en la que confías puede ser el mejor regalo en tiempos de tormentas; entender que no estamos solos, que todo problema tiene solución y que la crisis es para progresar, no para morir.
Scarlette comprende lo que sucede y se acerca a Saya para darle un fuerte abrazo. No me atrevo a unirme a la conmovedora escena, en lugar de eso, digo:
—Todo saldrá bien, estaremos contigo.
3
Percibo un pequeño (pero circunstancial) cambio en Saya, se ve más libre y capaz. Toda el aula nota su cambio: se desarrolla mucho más en clases y en sociedad, ha roto las cadenas que le impedían avanzar.
Caminamos por los pasillos. Josué, un compañero de nuestra clase, llega corriendo, está apresurado, nos comenta que no hizo un trabajo importante y necesita ayuda. Scarlette y yo nos negamos, pero Saya no lo hace, ella tampoco hizo la tarea. Pide a nuestro compañero que la acompañe y que juntos hagan el deber, él acepta con la cabeza y los dos corren a la biblioteca.
Saya comienza a ausentarse de nuestras reuniones, nos preguntamos qué sucede hasta que la descubrimos con Josué, están sentados en un lugar apartado, degustando la comida que el comedor les puede proveer. No le damos importancia por un tiempo, pero Scarlette ve más allá de las apariencias y usa su intuición para descubrir algo que yo jamás me hubiese percatado.
—Algo le sucede a Saya, no está bien como aparenta —me observa de manera contundente.
—¿Tus sentidos te dicen algo?
—Es mucho más que eso… cuando está cerca de Josué, noto angustia y temor en su mirada.
No alcanzo a comprender, yo también noté algo extraño en Saya, pero no entendía que.
—Debemos hablar con ella —completa.
Asiento. Salimos del comedor en su búsqueda; sin embargo, como un espejismo, la vemos acercarse a nosotros, está agitada
4
—¿Qué sucede? —pregunta Scarlette alarmada.
—Josué no deja de celarme.
No comprendemos. Acercamos a nuestra amiga a una banqueta, le pedimos que respire y nos relate lo sucedido:
—El día que lo conocí —comienza—, aparentaba ser un chico agradable, a mistoso, que admiraba mi habilidad para comunicarme. Nos volvimos grandes amigos, inseparables, hablábamos de todo, incluso nuestros mayores secretos: el padre de Josué es alcohólico y su madre casi no pasaba en casa. Un día, Josué rescató a su hermana del ebrio de su padre y se vieron obligados a dormir en casa de un amigo suyo. Yo no lo creía, ¿cómo pudo contarme tal confidencia?. Creamos una conexión, nos enamoramos con el pasar de los días; no obstante, a él se le olvido (o no quiso) hablarme sobre su parte negativa, parte que, al final, terminé descubriendo: es un celoso obsesivo. Todos estos días pasó insultando a mis amigos y amenazándolos de destruirlos si se atrevían a dirigirme la palabra de nuevo.
—Conmigo no lo ha hecho —mencioné.
—Pero casi lo hace. No lo conoces, cuando ve a una persona cerca de mí sus ojos se asimilan a los de un toro observando los amenazantes movimientos de su contrincante. Acabo de evitar que te insultara pero, al hacerlo, se enojó conmigo.
—¿Te hizo algo? —pregunta Scarlette.
—No. Logró controlarse y fue a otro lugar a desahogarse con el ejercicio.
—Nada justifica su actitud, él no puede tratarte así. Si desea que su relación prospere debe cambiar eso. Aunque tu debes incentivar a que eso suceda; hazlo ver que puede perderte si no mejora su actitud. Si te ama de verdad; estará dispuesto a todo por no perderte.
La aflicción de Saya comienza a disminuir.
—¿Cuándo debo hacerlo?
—Lo más pronto posible.
Parece no aceptarlo, pero entiende que es necesario.
Nos levantamos y caminamos hasta nuestro salón de clases. Nos sentamos en nuestros lugares, el profesor aun no llega. Saya juega con Martín, un compañero nuestro, a en la calle 24, un juego de palmas, y sus manos quedan unidas por accidente. Josué observa la escena, está furioso, al borde de enloquecer. Sale de su pupitre y toma a Martín del suéter, le grita varias maldiciones.
Todo el curso rodea a los chicos, Saya entra en el círculo y le suelta una cachetada a Josué. Él no lo puede creer, le grita:
—¿Lo defiendes siendo ustedes los culpables de todo esto?
Le devuelve la cachetada. La cara de mi amiga se llena de lágrimas.
—El único culpable aquí eres tú.
Josué mira a su alrededor; a sus compañeros rodeándolo, a Martín forcejando por zafarse y el golpe en el rostro de su amada, no lo puede creer. Suelta al chico. Saya toma del brazo a Martín y juntos corren hacía inspección general.
5
Josué fue expulsado del colegio y eso afectó gravemente a nuestra amiga, sufrió mucho desde entonces. Scarlette y yo hemos intentado consolarla, pero nos ha evitado, su actitud muestra lobreguez en sus pensamientos. Pero hoy está peor, ni siquiera ha traído sus útiles y está perdida en clases, solo la hemos visto sentada en un rincón, contraendose en sí misma. Me duele verla así. No puedo permitir que siga lastimándose, debo ayudarla.
Scarlette y yo corremos por los pasillos, observamos aulas, preguntamos a conocidos, no está por ninguna parte. No creo que haya escapado de la escuela, ella es incapaz de cometer tal acción. Buscamos en el último lugar que se nos vino a la mente: la pista semiolímpica. El lugar no está abandonado, pero muy pocas personas se encuentran en él.
Logro distinguir a una chica de cabello rubio sentada en las escaleras de concreto, nos acercamos a la muchacha.
—¿Saya? —pregunto.
—¿Qué quieren?
—Perdona que te moleste, pero ¡no puedes esconderte de tus problemas! —digo sin soportar su derrotismo—, debes levantarte. Saya, comprendo por lo que pasas, pero…—dudo si decirlo o no—, ¿amas a Josué? —asiente, confundida—. Pues lucha por su relación. No puedes rendirte, porque lo único que hará la derrota es hundirte.
—Me lastimó y a muchas personas más, tú lo viste.
—Tienes razón, vi con mis propios ojos como cometió un grave error y lastimó a un montón de gente. Pero también vi cómo se paralizó al verte llorar, la culpa arremetió en él y lo hizo ver la verdad. Está arrepentido y, como dijo Scarlette: Si él te ama, hará todo lo posible por enmendar su error.
Saya no entiende, pensaba que dejarlo era la única salida.
—Aunque fuera cierto, no sabemos dónde está y no nos queda mucho tiempo…
—¿A qué te refieres?
—Tengo que irme.
6
Scarlette reconoce esas palabras, son una despedida, pero no una pasajera, sino una eterna…
—¿A dónde? —pregunto.
—Pues… —comienza—. Desde hace tiempo mi familia ha sido amenazada por delincuentes que intentan sacar provecho del trabajo de mi mamá —su voz se quiebra—. Varias veces han intentado asaltarla, pero solo consiguieron romper su delantal. Pero estos días sucedió algo inesperado: un compañero de su trabajo fue asesinado por estos maleantes y mis padres tienen el temor de que nos ocurra algo similar y decidieron que, al terminar el año lectivo, nos mudaremos a una ciudad lejos de aquí.
—No quiero que te vayas —dice Scarlette, afligida—, ¿tan pronto llegaste y tan pronto te vas?
Intento tranquilizarla, es inútil. Saya en pocos días se volvió parte indispensable de nuestras vidas, a mí también me cuesta dejarla. Mi mente no asimila por completo lo que sucede, pero entiendo lo que tengo que decir:
—No puedo prometer que volveremos a vernos, porque yo no controlo eso, pero confío en Alguien que sí. Yo soy creyente y sé que todo es por algo, no para rendirnos ni para lamentarnos por lo que perdimos, sino para luchar y agradecer lo que tenemos. Puedo asegurar que todo estará bien, porque estamos con Dios y Él nos acompañara siempre y todo lo que haga (si así lo disponemos) será para bien. Y, aunque te alejas, nosotros te seguiremos queriendo y te esperaremos hasta que el mundo nos vuelva a encontrar.
Scarlette me observa, se para a mi lado y completa:
—No nos rendiremos, amiga. Quizá el tiempo no esté a nuestro favor, pero jun-tos lo disfrutaremos y aprovecharemos todo lo que podamos.
7
Quedan tres meses para que finalice el año escolar, en clase hacemos lo posible por acompañar a Saya, ella lo aprecia y, a pocos días para terminar el año, nos comunica que sus padres tardarán una semana en preparar la mudanza y podremos pasar junto a ella en ese tiempo.
Scarlette y yo pedimos permiso para quedarnos en casa de Saya. Mi madre no parece convencida, pero accede al comprender nuestra situación, me ordena que sea responsable y no perturbe a los padres de mi amiga.
Saya nos recibe con una sonrisa enorme.
Gran parte de los días visitamos lugares distintivos de la ciudad, entre ellos nuestra escuela. Pero aún hay un cabo suelto, un último lugar que visitar: la casa de Josué.
Contactamos a nuestros compañeros; ninguno sabe su paradero, excepto uno: Martín. Él nos relata que, después del accidente, buscó a Josué, había algo que no entendía. Logro encontrar su casa, su excompañero lo recibió de forma amable y tranquila, muy distinta a su encuentro anterior. En su hogar observó libros sobre control de emociones y amor de pareja. Josué se disculpó con Martín por perder el control y casi lastimarlo.
Le pedimos su dirección, pero prefiere llevarnos personalmente.
La casa deslumbra un aura de lobreguez que le da un aspecto de casa embrujada. Toco el timbre de la casa. Un joven alto y musculoso nos abre la puerta, Josué nos invita a pasar.
Saya está intranquila, temblorosa, atemorizada. Entramos al salón principal, se encuentra extrañamente arreglado, con muebles vistosos y una mesa de centro cubierta por una manta color blanco. Nos sentamos. Nuestro anfitrión nos acerca un envase con galletas. Scarlette, Martín y yo hablamos sobre la escuela, alejandonos unos centímetros de Saya y Josué. Escuchamos discretamente su conversación:
—¿Estudias en otro colegio? —voltea la cabeza, sin querer verlo.
—Mi padre se esforzó por meterme a una buena institución, pero cuando lo logró, quedaban solo tres meses para que el año culminara.
—Pasaron volando… —murmura.
—Saya, he reflexionado desde aquel día, he aprendido de libros y demás experiencias. Acepté la culpa de mi error desde que vi lagrimas escurrir de tus ojos. Ese día las emociones negativas me consumieron, pero aprendí a controlarlas, no fue sencillo…—El silencio los invade, su voz se entrecorta—. Por favor, perdóname. No quise hacerte daño…
—Me gustaría creerte, pero me cuesta mucho confiar en ti.
—No lo hagas, déjame ganar tu confianza otra vez, aun podemos reconstruir lo irreconstruible, aún tenemos tie…
—No lo tenemos —interrumpe—. Hay algo que no te he dicho: me mudaré lejos de aquí.
La noticia lo deja sin palabras. Era algo inesperado, que él no podía predecir.
—Pero… —tartamudea—. Este año entraste al colegio, ¿tan pronto debes irte?
—Es algo de fuerza mayor. Delincuentes han amenazado a mi familia por años y aquí corremos alto riesgo.
Silencio.
Saya se levanta del sillón y, con la mirada, da por terminada la reunión. Decimos un par de excusas y pedimos a Josué que nos abra la puerta principal. Caminamos hacia el auto, Saya es la última en salir.
—Adiós, Josué.
Él no puede permitir esas palabras, la toma del brazo.
—Espera, no te vayas, aún no —la acerca suavemente—. Saya, no importa cuán lejos estés ni cuantos kilómetros amenacen con separarnos, yo te seguiré amando hasta el día de mi muerte. Perdón por lastimarte y, si te sirve de algo, prometo no volver a hacerlo jamás. No espero que me creas, pero sí que sepas que yo te buscaré y, aunque te encuentres en el lugar más recóndito del planeta, sé que te hallaré, porque, como dice en la biblia: ¨Nada hay más perfecto que el amor¨1.
Sus labios se unen, sus cuerpos se fusionan, ellos se conectan para siempre, mi-entras la luz de la luna comienza a deslumbrarse entra las montañas.
8
Scarlette me despierta, me observa directamente a los ojos. No puedo pedir mejor regalo que despertar con su mirada cristalina y su sonrisa cautivante iluminando mi día.
—Buenos días, Adriel.
—Buenos días, Scar.
Observo la habitación en la que nos encontramos, está vacía, sin rastro de presencia humana además de nuestros objetos. Ella se dirige al baño a cambiarse de ropa, yo lo hago en el cuarto. Recogemos nuestras cosas y caminamos hasta el cuarto de Saya. Entramos sin tocar, nuestra amiga ordena su escritorio, tiene una carpeta llena de hojas y una bolsa transparente con sobres rojos. Es lo único que hay en su cuarto, además de una mochila de viaje junto a su cama vacía.
—Es hora —dice.
Asentamos con tristeza, bajamos las escaleras hasta el salón principal. Nos abrazamos de inmediato, disfrutamos nuestra compañía, este instante es el último juntos. Lagrimas brotan de nuestros ojos, no queremos soltarnos, lo único que deseamos es que este momento dure para siempre. La voz de Saya se escucha entre sollozos:
—Los amo, chicos. Nunca pensé tener una familia como ustedes.
Nuestro abrazo se intensifica. No queremos soltarla, pero nuestros brazos no soportan más. Scarlette comienza a soltarse, la sigo. Nuestros cuerpos se separan, pero siento que de alguna forma seguimos unidos. Saya dice:
—Amigos, desde que los conocí vi en ustedes algo especial, algo único. Dios nos destinó a unirnos y, hoy, nos destina a separarnos. Por eso les pido que no se separen, continúen juntos, por más contratiempos que encuentren, no permitan que el mundo los divida. Y…bueno. No puedo desearles más que una buena vida, llena de sueños, retos y (sobre todo) llena de amor…
Nos extiende un par de sobres rojos, cada uno con nuestras iniciales. Escuchamos la voz de sus padres desde afuera; nos piden que salgamos para cerrar las puertas. Obedecemos.
—Te extrañare —la veo a los ojos.
Scarlette no puede hablar, está llena de lágrimas. Le dice, refiriéndose a los dos:
—Aunque la distancia nos separe, nosotros te seguiremos queriendo y te esperemos a lo lejos…
La llaman desde el automóvil.
—Adiós, amigos. Jamás los olvidaré.
Nos da un último y fuerte abrazo antes de alejarse. La soltamos como un padre entregando a su hija a su prometido, poniendo su total confianza en ella y en Dios.
Entra al auto, vemos su mano despidiéndose a través del cristal. Alzamos nuestros brazos y la dejamos ir hacía una nueva aventura.
Observo el auto de mi madre acercarse desde el horizonte.
CONTENIDO.
- Corintios 13, titulo.